sábado, febrero 16, 2008

Buenos días, querido chef.

La vida es dura. Podríamos pasarnos horas conversando y nunca entenderías qué quiero decir.
Eres un pequeño hijodeputa, pero estás aquí y ahora, y mereces una explicación.

Yo tenía la polla tan gorda que decidí amputármela. Las mujeres se asustaban nada más verla, y me decían que no. Que ni de coña iba a hacerles tragar eso por su jodido coño.
Hacían hincapié en la palabra jodido, como para recalcar que pese a que era habitual que se las follaran por esa zona en particular, yo no tendría la mínima oportunidad.
No iba a disponer de su jodido coño para mis asuntos, maldita sea.
La pesadumbre era enorme. Siempre el mismo dolor, la misma frustración.

Casi sesenta centímetros de longitud, diez de ancho, cuando estaba erecta.

Puedes imaginar lo que pesaba eso. Ya lo creo que pesaba. Era enorme.
No hagas caso cuando te digan que el tamaño no es todo lo que importa. Desde luego que no lo es todo, pero es básicamente lo que importa cuando se trata de algo importante.

Ni de coña. Mi jefa no hubiera muerto si se hubiera dado esa condición y otra, a saber; que se hubiera callado. Tuvo que decirme que el tamaño no era todo y que no me preocupara. Que seguro que encontraría a la persona adecuada.

Lo siento, querido chef hijodeputa, pero se la metí en el puto culo para ver si tenía razón.
Bombeé y bombeé.

Y por eso tú y yo estamos aquí, querido chef.
Si el tamaño no importara, ella seguiría viva. Si se hubiera callado, también. Y si ella estuviera viva, tú y yo no estaríamos teniendo esta conversación.

Pero me vuelvo viejo y cada vez me pesa más. Este dolor, esta frustración.
Yo...

De verdad apreciaba a mi jefa.
Era todo lo que uno puede aspirar a ver en una mujer, en una persona.
Es una putada, pero hasta que me la cargué aspiraba a casarme con ella.

En cualquier caso, hablar con la silueta del jodido Arguiñano dibujada a lápiz sobre la pared de una celda es mucho peor, y esa mujer nunca tuvo que enfrentarse a ello.
Conozco la parte dura de la vida. Alégrame el día y cuéntame un puto chiste.

martes, febrero 12, 2008

Johnny, ¿qué pasa?

¿Esquitsofrenia?
Ve a un médico, yo no médico.


Me lo dijo porque yo no dejaba de golpear la columna. Les estaba explicando a los nuevos algo que yo ya sabía y me distraje. Empecé a golpear la columna. Puñetazo, patada, patada, puñetazo. Entendí algo que me había explicado en otra ocasión en ese mismo instante.

Y recordé que había que fluir.

El sifu me miró durante unos segundos con los ojos muy abiertos. Paré y me uní a los nuevos. Ambos algo más altos que yo. El cuerpo de estos tíos era como un condón usado, el tipo de cuerpo que se te queda cuando has ido al gimnasio durante años, y después lo abandonas completamente. Siempre que me pegaban me pedían perdón. Yo, generalmente, no les pedía perdón a ellos.

Cuando era pequeño, mis padres me apuntaron a clases de Karate y tardé muy poco en dejarlas. No me gustaba. Yo siempre pedía perdón a los otros cuando les daba algún golpe. Como esos dos tíos.

Tenía ocho años. Era torpe y se me daba muy mal defenderme, algo muy poco útil teniendo en cuenta que siempre andaba metido en peleas.
Cuando tienes esa edad, todo el mundo te pregunta qué quieres ser de mayor. Entonces uno mira hacia la izquierda, señal inequívoca de que está pensando o recordando, y piensa en las estrellas. Y dice astronauta. O en el mar, y dice fotógrafo subacuático, profesión que todos conocíamos gracias al inimitable Jacques Cousteau.

Cuando me preguntaban no sabía qué contestar. Y recordaba los documentales del océano. Me acordaba del tiburón-ballena, que podía sobrepasar los quince metros de longitud y pesar más de veinte toneladas. El tiburón más grande del mundo y sólo se alimentaba de pequeños peces y plancton. Pero que si te descuidabas, si pasaba cerca tuya con su boca abierta, a modo de aspiradora y te absorbía, acababas en su estómago. Y entonces yo quería ser biólogo marino. Todo eso fue antes de querer ser informático.

Me pasaba horas jugando al ordenador y mi idea era programarlos yo mismo. Pensaba que algún día tendría mis propios videojuegos. Conocí a un estudiante de informática. Era vecino mío e iba cargado de libros hasta arriba, casi no podía verle la cara. Entramos al ascensor y mi padre empezó a hablar con él. Me miró y me dijo que eso era lo que estudiaban los informáticos y que, sobre todo, eran matemáticas. Miré todos los libros y cambié de idea.

Tendría que buscarme otro trabajo más fácil.

Años después me preguntaron que en qué me gustaría trabajar. La orientadora laboral quería saber a qué me gustaría dedicarme. No me había hecho esa pregunta desde que abandoné la idea de la informática y ahora, sin estudios, en paro y en una casa en la que no querían a un puto vago, tenía que volver a planteármela.

Rebusqué en mi cabeza. Miré a las estrellas. Miré al mar. Ya no me gustaban los videojuegos, así que no miré a mi ordenador. Me quedé mirando a la orientadora. Parecía algo confundida, normalmente siempre le respondían rápido.

Algunos chicos gitanos sin estudios vienen aquí y me contestan muy rápido cuando les hago esta pregunta, me dijo.

Me dicen que quieren ser astronautas y yo les digo que hacen falta muchos estudios, pero ellos no desisten. Siguen empeñados en presentarse a la NASA.
Esa gente tenía ventaja sobre mí. Al menos tenían la voluntad y las ganas. Yo no tenía nada de eso. Además, nunca había querido ser astronauta. Las estrellas se veían mal desde la ciudad, pero desde el campo, lejos del cielo artificial dorado que cubría edificios, coches y carretera, se veían bien.

Yo sabía que no hacía falta ser astronauta para ver las estrellas. Ni biólogo marino o fotógrafo subacuático para bucear en el mar. Y ya no quería programar videojuegos, porque ya me inventaba un juego nuevo cada día para escaquearme de toda esa gente que quería ayudarme a sentar la acabeza. Encauzarme en la buena dirección y evitar que, de mayor, fuera un desgraciado.

Ser un desgraciado no podía ser muy diferente de eso. No podía ser tan jodido como para pasar años sentado en una silla mirando a una pizarra y callándote tu opinión personal. Darla equivalía a muchas cosas, a veces había suerte y te expulsaban. Te ibas a casa durante unos días, de vacaciones y en cuanto a tu madre se le había pasado el disgusto, pasabas unos ratos estupendos pensando en toda esa gente que te miraba como si te estuvieras perdiendo, todos esos compañeros a quienes dabas pena o rabia, que te veían como un desagradecido incapaz de darse cuenta de lo afortunado que es porque hay niños en África que no pueden asistir a la escuela.
La expulsión era genial.

Otras veces no te expulsaban. A veces, decías algo en clase que alarmaba a la profesora, y ésta pedía a los demás alumnos que no te escucharan porque, aunque ella era muy abierta y tolerante y respetaba todas las opiniones habidas y por haber, había opiniones que no se podían respetar y la tuya era una de ellas. Y luego se iba a hablar con tu tutor o tutora y éste o ésta, al empezar su clase, declaraban que habían acordado no permitirte expresar tu opinión personal en público en el colegio, puesto que dicha institución era responsable de todo lo que allí se dijera, los padres dejaban a sus hijos para que los educaran y era su tarea evitar que unas ideas de ese tipo contagiaran las mentes de los demás.

Entonces todo el mundo empezó a reírse de mí, y yo les grité por encima de sus risas que si no entendían lo que estaba pasando, que no sólo me prohibían hablar, sino que les estaban tomando por tontos, por gente influenciable e incapaz de razonar por sí sólos y sus risas ahogaron mis palabras porque sonaban muy fuertes. Y quise matarles a todos.

De pequeño, yo no quería ser astronauta o biólogo marino, tampoco fotógrafo subacuático. Yo no se lo decía a nadie, pero yo quería ser Godzilla. O un tiburón ballena que atrapara a la gente con su boca enorme y despistada. O El Castigador. Soñaba que podía volar como los protagonistas de Bola de Dragón y que utilizaba ese poder para golpear a todos los compañeros de clase y de colegio, que me hacían la vida imposible y que merecían morir.

Tenía un amigo imaginario cuyo nombre empezaba por K y que me instaba a dejar de ser un gilipollas pusilánime y empezar a vengarme de una jodida vez. Cuando volvía a casa destrozado hablaba con él y esto me daba ánimos. Pero empezó a hacerse pesado. Su odio era tan acérrimo y su desprecio hacia mí tan fuerte que empezó a hacerme sentir mal, y le dibujé encerrado en una jaula. Para que se largara de mi cabeza.

Y se largó.

Un par de profesores se reían de mí a mis espaldas, e incluso les comentaban a otros alumnos que yo era un fracasado, que era muy inteligente, pero un perdedor y que no aprovechaba mis capacidades. Y la verdad es que nunca compré armas, ni preparé una masacre con ningún compañero de clase, ni maté a nadie. Nunca me gustaron demasiado los videojuegos de acción, ni la música satánica.
Dejé el instituto y traté de olvidar no ya a la gente con la que me había llevado mal, sino a todos, especialmente a los que habían sido mis amigos.

Y mi sifu me preguntaba que por qué me distraía mientras él explicaba y le contesté que eso ya me lo explicó y que había entendido algo que me explicó en otra ocasión pero que no alcancé a entender en su momento. Volví a casa, me preparé mi típico plato pesado para días especiales consistente en macarrones con tomate y bechamel gratinados, adornados con algunos frutos secos y algunas veces también con champiñones, me acordé de que no tengo amigos y después de hacer la digestión me fui a dar un paseo.


Pensé que tengo mucha suerte porque la gente que tiene muchos amigos y vive en una ciudad grande, suele utilizar mucho el teléfono móvil y eso les provoca cáncer. También me acordé de mi madre, y de que siempre decía que hay que pensar en positivo y eso me hizo odiarme terriblemente, porque no me gusta parecerme a ella.






lunes, enero 21, 2008


Ni de coña lo aceptaría. No estaba dispuesta a ponerse ese sombrero de paja y a mudarse a la jodida granja, descuidando de esa manera manicura, pelaje y reputación. Con los sucios chuchos y la ahora gorda y flácida mujer con la que tantos momentos había pasado. Tantos buenos momentos, tantas escenas de sexo parafílico de contenido perturbador y no apto para todos los públicos y tantos cereales de lujo para perros Phrieskies-lo-cuida, tal vez podían echarse de menos.
Pero Lulú tenía una vida y un trabajo que mantener. No puedes dedicarte a revivir al buen salvaje que hay en tu interior cuando tienes que mantener tus caprichos y una reputación en alza.

Eso lo decía Lulú. Y también decía que la gente cree que es muy fácil, pero que no, que eso es porque la gente no tiene experiencia ni sabe de lo que se trata. La gente piensa que es fácil ser puta de lujo, pero todo es más complicado cuando se trata de una perra.


sábado, enero 19, 2008



Se preguntaban quién sería capaz de hacerles una foto a traición, sin avisar, sin dejarles siquiera tiempo para arreglarse el pelo y su corbata y su corbata. Se preguntaban si no sería algún cargo de la Iglesia vigilándoles y fotografiándoles y anotándolo todo en una agenda desgastada del color de la bilis. Poniendo los puntos sobre las íes. Asegurándose de que le salían rentable a la Iglesia.


Esto ocurría mucho después del segundo intento de Elder & Elder de conquistar a la perrita. Aquella caniche rosa, ya sabes. Ocurría mucho después de que por segunda vez la caniche rosa, Lulú les dijera que no. Que no estaba dispuesta a compartir su vida con un par de lunáticos obsesionados con Juan Calvino y la redención.


Ocurría también mucho más tarde de que lo intentaran con la dueña. La dueña de la perrita, a la que nadie se acercaba por su aspecto de actriz de cine porno. A cada paso que daba todo el mundo se veía a sí mismo persiguiendo una meta imposible y lo dejaban, tarde o temprano acababan asumiendo su fracaso. La adulaban hasta que se daban cuenta. Ella les decía que ya estaba harta y que por qué no dejaban de adorarla de esa manera y hacían algo con su vida de una maldita vez, panda de vagos. Y ellos se acababan largando, pero esta vez no había sido igual. Habían preferido a una perra y eso la interesaba. Y la excitaba. Se lo montó con los dos, a la vez. Elder izquierda Elder derecha Elder encima Elder debajo.


Ellos dejaron la Iglesia Presbiteriana y ella dejó de ir al gimnasio y empezó a engordar. No pudieron casarse ya que ni el Estado ni la Iglesia Católica lo permitieron. No digamos ya la Iglesia Presbiteriana. Los triángulos amorosos eran vistos como una parafilia y ellos tuvieron que aguantarse y ser un triángulo de hecho de por vida y criar hijos. Criaron un montón de hijos. Y de hijas. No se sabía nunca con exactitud quien era el padre, pero como decían Elder, y Elder.
Y eso qué más da. Elder y Elder decían: ella, yo y Elder nos turnamos a los críos. Siempre en contacto con un adulto activo. Siempre encima, siempre observando desde ahí arriba. Nos turnamos en la cocina y en las tareas de casa.
Si alguno se niega a colaborar, el resto le recuerda primero con palabras y después a puñetazos cuáles son sus obligaciones. Me refiero a nosotros tres, no a los niños. Los niños no lloran. Dormimos todos pegados en la misma cama gigantesca.
Se mudaron al campo, se colocaron sus sombreros de paja y vivieron sus vidas fornicando y criando fornicando y criando y fornicando. Y criando. Toda esta descendencia que correteaba, se meaba y se cagaba encima, que se revolcaba por el barro y que se toqueteaban entre ellos como lo han hecho los niños toda la vida antes de que llegaran los tíos de los libros, crecieron. Tomaron cada uno un camino en la vida y volvieron. Menuda mierda decían. El mundo exterior lo llaman y da la sensación de estar en una lata de sardinas.
La mayoría perpetuaron la estirpe, mezclándose con algunas y algunos pueblerinos y gente de la ciudad. El resto se hicieron terroristas y atacaron la civilización. Nadie dijo nunca que vivir fuera compatible con una lata de sardinas pero en última instancia las sardinas no lo entienden. Siguen prefiriendo la jodida lata.

miércoles, diciembre 19, 2007

Los principios de la declaración eran desconocidos para todos. Se trataba de una pugna entre egos, pero sazonada con algo de épica para diluir la evidencia. De apenas nueve años, ese estúpido crío creía haber encontrado una solución a su frustración acumulada. Se le ocurrió en mitad de la clase, y decidió ponerla en práctica. Su nombre era Germán, apenas tenía nueve años y ya había comprendido que para desencadenar una guerra no son necesarios motivos colectivos de peso, sino razones individuales de peso.

El adversario en este caso, el otro niño, que se sentía poderoso, que se sentía implacable, era tan feo o más que Germán, pero su confianza en sí mismo, probablemente debida a la adoración que le profesaban otros por su mínima maestría en el fútbol, sus pueriles relaciones de noviazgo con las niñas de la clase, y la permisividad con que éstas dejaban que se mantuviera siempre cerca, escuchando cualquier cosa que tuvieran que decir, mostrándose realmente cotilla en numerosas ocasiones, le habían convertido en un tipo de carácter consistente.

Germán estaba enamorado de una cría de su clase. Enamorado o lo que fuera. Y esta chica era novia de manera intermitente y a jornada parcial del otro niñato. El problema es que para Germán las cosas eran muy diferentes. Para él, esta chica y su nemésis, hacían buena pareja pero todo porque dicha némesis, que era un sucio cabrón oportunista y rastrero, sabía mentir, sabía engañar y sabía poner morritos. Germán estaba decidido a conquistar a su dama a la antigua: a hostias, como panes.

Para Germán era imposible que la chica estuviera con ese tío por que ese tío era popular entre los demás niñatos, porque quería sentirse adulta, una tía mayor, como su hermana, que fumaba y tenía novio y era toda una mujer, o su madre, que fácilmente entraba en la categoría de maduritas seductoras y que solía vestir toda de color sangre, y pintarse los labios de color sangre, y llevar a su hija en su coche último modelo de color sangre y hablarle de sexo, de ropa, de moda, y que le compró su primer tanga a los doce años, y que precisamente para ser adulta, para ser como su madre o como su hermana, salía con un estúpido criajo que a los nueve años creía que la vida era sacar buenas notas para enorgullecer a tus padres y a tus profesores, practicar múltiples deportes y ganar partidos y ligas con tu equipo para enorgullecer a tus padres y a tus profesores, y de paso, salir con alguna chica que el resto de niños considerara lo suficientemente buena como para que pudieran envidiarte durante el resto del curso.

Para Germán era imposible pero se equivocaba. Se equivocaba porque para él que tus profesores o tus padres estuviesen orgullosos de ti carecía de importancia. A esos cabrones no había que darles lo que pedían porque era igual que rendirse, que morir sin luchar, que alzar la bandera blanca en medio del combate en lugar de desgastarse el cuerpo hasta que no quedase de uno más que despojos.

Y quiso demostrar su amor y su autenticidad y su entereza y la capacidad de sufrir por una causa, y convocó una Guerra y susurró y convenció y habló de motivos personales, y manipuló a cada uno de sus compañeros, y algunos de éstos, que también tenían alguna razón para odiar a ese capullo futbolista, empollón y con los dientes picados, se unieron a él, y en el recreo, ambos bandos se encontraron y se miraron fijamente y se estudiaron y se lo pensaron. Y se lo pensaron tanto que no ocurrió nada. O casi nada. Algunos niños y entre ellos Germán y su pequeño gran enemigo intercambiaron algunos roces, pero nada más. El asunto adquirió su parte de importancia cuando el tutor de Germán, que fue informado y que se llamaba Justo, harto de un alumno que aprobaba sin esfuerzo, que sacaba las notas más bajas siempre, que estudiaba para aprobar y para suspender si aprobar era demasiado esfuerzo, decidió castigarlo, convirtiéndole a sus ojos en un mártir de su propia causa, de su propia batalla. Dándole la razón y confirmándole una vez más lo que ya pensaba, que tratar de enorgullecer a los mamones que tenían la sartén por el mango era servil y patético, y que la única solución de haberla sería coger dicha sartén y golpearles en la cabeza.

sábado, diciembre 15, 2007

Con el pelo alborotado y las mechas de color, una chica podía ser muy ye-yé y muy imbécil. Incluso una chica con minifalda, de esas realmente cortas que al caminar muestran los glúteos, balanceándose a cada paso, de color fresa, medias de rejilla y sin bragas, incluso una tipa con cresta color vómito, patillas hasta la barbilla colgando por delante de las orejas y con el resto de la cabeza rapada, con sus botas de cuero sintético a base de petróleo prueba de que no han sido fabricadas con sufrimiento animal, reforzadas con acero y sus imperdibles enganchados por todo el pantalon de pitillo, también una fumando un porro con el pelo desgreñado y el logo de Airon Meiden en el pecho tatuado, podían ser idiotas.

Podían ser idiotas y en la mayoría de los casos lo eran. Lo cual no significa que ellos no lo fueran. Pero esto no trata de ellos. Ellos no vestían minifalda.

Y ellas sí.
Y ellos podían ser tontos.
Pero al menos ellas fingían que eso importaba.
Amor verdadero



Lo que yo solía hacer era recogerlos. Me paseaba por todas las habitaciones y los recogía uno por uno. Después de un tiempo, acabas cogiéndole el truco. Ciertas verdades eran axiomáticas. Por ejemplo, que si en una de dichas habitaciones no encontrabas nada, era porque no habías buscado bien. No habías sido exhaustivo. Nunca fallaba, siempre estaba ahí. Donde quiera que fueras estaría esperándote un pañuelo seco o húmedo, dependiendo de cuánto tiempo hubiera pasado desde la última deposición. Pañuelos blancos con pequeñas cenefas que los decoraban. Pañuelos repletos de mocos. Verdes o amarillentos o, de manera preocupante, con cierto color sangre.



Lo que ella solía hacer era sonarse la nariz a todas horas y en todo momento, utilizando cualquier pedazo de papel que tuviera a mano y lo que yo solía hacer era recogerlos. Me paseaba por todas las habitaciones y los recogía uno por uno. Su opinión era que nadie, absolutamente nadie, excepto yo, sería capaz de soportar ese estilo de vida. De aguantarla. Por suerte aún no hemos tenido que comprobarlo. Seguimos siendo felices. Por ahora.



domingo, junio 03, 2007

Involución predecible
Hoy, mi querido Robert, hablaremos de tu amigo, el único de los que conozco carente de bigote.
Como verás, mi querido Robert, te escribo esta carta para advertirte sobre tu amigo. Tu amigo, ese tipo sin pelo bajo la nariz, te está engañando. Y, al mismo tiempo, obteniendo resultados bajos o técnicamente inferiores a los que estábamos acostumbrados. Rugby, querido Robert, hablo de rugby. En el rugby, no puedes ir por ahí engañando o utilizando a tus compañeros de equipo. Tarde o temprano se darán cuenta, y entonces no habrá vuelta atrás. Tarde o temprano descubrirán que careces de bigote, y entonces... Bueno, tú ya sabes cómo son los chicos. Si por cualquier nadería se ponen como fieras, imagínatelos entonces cuando se trata de algo importante.
Bigote, querido Robert, bigote. BI - GO - TE. Espero que no trates de quitarle importancia al asunto, porque te aseguro que no prestaré atención a ningún argumento que lo pretenda.
Por mi parte, me he adelantado a los acontecimientos, y llevo un tiempo buscando soluciones a este dilema. No podemos dejar que se rían de nosotros en nuestras preciadas caras (caras con bigote, por supuesto). No podemos, Rob, seríamos el hazmerréir de todo el Estado en cuestión de días. ¿Comprendes lo que digo?
Hemos de hacer algo. Pronto. Y a mí se me han ocurrido unas cuantas cosas. Te las enumero a continuación empezando, como es menester, por la última.
La última idea consiste en obligar a ese tipejo a implantarse un bigote postizo. No te confundas. Eso no impedirá que nos deshagamos de él llegado el momento. Pero mientras tanto hay que ocuparse de que no dañe nuestra imagen pública.
La primera es conseguir atraerle a un lugar repleto de vegetación y vacío en lo que a humanos se refiere. Hablar con él en ese lugar y proponerle todas las soluciones que te acabo de comentar.
Esto es todo por ahora, Rob querido. Tengo muchas más ideas que te comentaré en mi próximo email. Hasta entonces, cuídate, amigo mío. Y cuida ese bigote. Muchas gracias de antemano por todo.
P.D.: Se me ha olvidado comentarte que Julia ha quedado plenamente satisfecha. Ahora está mucho más cariñosa y dispuesta. Con sólo decirte que me hace la comida todos los días. Encima ella cree que yo no me doy cuenta, y yo hago lo propio. Hacerme el loco, ya sabes.
Qué manera de follar la tuya, amigo. Fue una gran idea por tu parte, qué puedo decirte.
Zimbabwe queda muy lejos de Polonia
La verdad es que yo nunca he sido una persona muy comprensible. Y quizá tenga que ver porque yo tampoco me comprendo mucho. Y, aunque lo intente, no suelo comprender a los demás. Daisy solía decirme que intentará ser más empático, que me esforzara más..., que si no lo hacía tendría que dejar de comer copos de maíz. Mmmm. Copos de maíz. Qué ricos están los putos copos.
Yo, evidentemente, no le hacía caso. Seguía pasando del mundo y comiendo copos de maíz. Y así me iba. Como el culo. Decidí que eso tenía que cambiar. Que yo tenía que tomar las riendas de mi vida. Que no podía permitir que las cosas siguieran de ese modo.

Así que colgué a Daisy de un árbol con la barriga abierta de un navajazo y las tripas por fuera. No creo que le gustara, porque puso una cara así un poco como de afligida. Ese tipo de mohínes que hace que a uno se le encoja un poco el corazón. Puedes incluso llegar a sentirte culpable, si lo piensas. Pero nah. Ese día yo tenía muchas razones para estar contento. Para empezar, podría seguir comiendo copos de maíz. Y, en fin, a eso habría que añadirle que por una vez en toda mi existencia, había tomado el control de los acontecimientos.
Por Daisy no habría de preocuparme. Hay muchos niños huérfanos en el mundo viviendo tan tranquilamente. Porque a mi madre la hubieran destripado y dejado colgando de un árbol tampoco se iba a hundir el mundo. A ver, que es un poco engorroso y todo eso, pero tampoco es para montar un drama.

jueves, mayo 31, 2007

Un trabajo interesante


Acudí a la entrevista porque tenía que hacerlo. Acudí a la entrevista porque era mi deber. Yo estaba en paro y necesitaba algo de tela urgentemente o me pegarían una patada en mi rosado trasero. Acudí a la entrevista por necesidad.

Así que le interesaría... ¿jornada completa o media?

¿Cuánto tiempo llevo aquí?

¿Mañana o tarde?

¿Me habré quedado dormido delante suya?

¿Es usted soltero?

Una mosca acaba de colarse por la ventana.

Le ofrecemos un buen salario.

Aburrimiento.

Le ofrecemos un teléfono móvil pagado por la empresa. Marcando este prefijo... como usted puede comprobar... Mire, aquí. Los gastos corren a cuenta de la empresa.

La mosca se dirige hacia la puerta. Oh, no.

Su trabajo consistiría en...

Creo que. Creo que tiene intención de irse. Oh...

Tan sólo tendría que ocuparse de conseguir una buena cartera de clientes. El resto...

Oh, no. Joder no. La secretaria. La hija de puta maldita zorra asquerosa de la secretaria. Esa zorra. Acaba de...

Sencillo, ¿verdad? ¿Qué opina? ¿Está interesado?

Acaba de matar a la mosca. ¿Qué cojones le ha hecho a ella la pobre mosca?

Y me tiende la mano. El tipejo este me tiende la mano. Junto a la bastarda de su secretaria. Podría haber contratado a Hitler, pero no. Hitler es demasiado blando para él. Prefiere a esta puta Margaret Thatcher. Esta jodida Madame Germen. Mussolini se quedó demasiado corto. Él prefiere a su zorra genocida psicópata.

¿Hola? ¿Se encuentra bien?

¿Que si me encuentro bien? Claro que me encuentro bien. Me encuentro perfectamente. Ahora veréis, hijosdeputa. Y como estos cabrones tienen que aprender a respetar a los demás seres sintientes con los que conviven en este planeta, decido tomar cartas en el asunto. Quiero enseñarles una buena dosis de amor por la naturaleza. Y no se me ocurre mejor modo que sacar mi
Browning M1922 automática, calibre 7'65, y pegarles un tiro a cada uno en la frente. Después de contemplar unos instantes como sus asquerosas e intolerantes cabezas redecoran para mi satisfacción el escritorio de este soplapollas, me largo de allí orgulloso por mi decisión. Por mí que se pudran, deberían estar contentos.


Podría haberles denunciado a la Protectora de animales. Y no lo hice. Deberían estarme agradecidos, joder. JODER.

La verdad es que hace mucho tiempo que pisar mierda no me duele. Camino, honestamente, con decisión y ...de repente, la piso. Hundo mi zapato en ella y... Mi zapato se mancha. El hedor asciende hasta mi nariz pero nada. No me duele. Huele, y todo eso. Ya sabéis de qué estoy hablando. De la mierda. De la mierda y de su olor. En todo su esplendor.

Pero la desidia me puede...

¿O qué coño es lo que me pasa?

domingo, marzo 18, 2007




Aquí tenéis un magnífico, majestuoso, repulsivo, espeluznante, estúpido blog que están llevando dos buenos amigos míos. El bueno de Jim, joder, qué grandes tardes hemos pasado juntos discutiendo sobre el número 5 y su relación con la Totalidad... y zzrama, un extraño sujeto, pintoresco personaje.
El blog trata sobre temas profundos tales como la conciencia humana, el caos, el zumo de naranja o el origen del Universo... dirijánse y lean, señoras y caballeros. Para entrar, pinchen aquí.
Un mensaje de Jim Pentabrick para los nuevos lectores:
"Pequeños cuentos, relatos cortos, cositas. Son diminutos y, a veces, quizá un poco más largos. El sencillo lector que tiene la costumbre de agobiarse ante la decisión de leer sólo 1 ó 2 entre tanto material, que odia tener que elegir, que teme equivocarse, podría contar con una recomendación y es esta, atención: lea cualquier texto, al azar, no se preocupe, todos son igual de malos, los hemos escrito nosotros."

miércoles, febrero 07, 2007

El otro día iba yo caminando por la única zona verde de mi ciudad, cuando me encontré a un tipo, un viejo amigo de la escuela. Estaba tumbado y lo rodeaba un montón de gente. Iban todos vestidos iguales, y rodeaban al tipo. Otro tipo, vestido de forma diferente, les presidía, mientras les leía a todos un librucho bastante cutre. Mi amigo, en concreto, estaba tumbado, pero aparentemente yo diría que sobre un lugar incómodo, tallado en madera de pino.

Joder, me dije, me alegro por él, siempre le gustó ser el centro de atención. Me acerqué a mi viejo coleguita y le eché un cubo de pintura encima, por los viejos tiempos, que había comprado en la zona de Capuccinos, en una tienda cuyo nombre no recuerdo. Y menos mal que soy buen corredor, porque la turba que tenía a su alrededor por poco me mata. Lo más curioso es que mi amigo ni se movió, siguió imperturbable, con su cara pálida y ojerosa, chorreando pintura de color verde kiwi. Luego, por la noche, volví al lugar a ver si seguía allí mi amiguete, y parlotear un poco con él. El disfraz de fantasma, bien realista, de muerto viviente estreñido, era el favorito del chaval, y me lo puse por si se acordaba de mí. Cuando llegué habían cerrado las puertas metálicas que guardaban la entrada, y reparé por fin en un letrero que no supe leer, ya que después del accidente, leer es una de las cosas que no he podido volver a aprender. Tampoco, y os lo digo como confidencia, es que yo recuerde al colega éste, pero en el álbum de fotos que me dieron para que recordara, figuraba él, y mis padres me contaron que éramos buenos amigos, que nos gustaba hacer el ganso, disfrazarnos y tirarnos cubos de pintura (abiertos o cerrados) a la cabeza. Como no siento demasiado aprecio por la ley ni la propiedad privada, entré agarrándome a unos barrotes y me puse a buscar, sin rumbo. A este tipo no lo encontré, pero en su lugar apareció otro que después de apuntarme con una linterna y mirarme, pegó un chillido inhumano y cayó rendido al suelo. Después de eso me largué.

Ahora mismo estoy leyendo, y he descubierto en un reportaje de un periódico que mis papis tenían escondido que el viejo tipo, mi amigo, murió en un accidente de coche. El piloto se salió de la carretera, en principio de broma, decían, y después del accidente, él sobrevivió, pero mi coleguita no. El chaval que sobrevivió perdió la memoria, y los padres no quisieron revelarle lo ocurrido pues preferían que fuera acordándose poco a poco. En la parte de atrás del vehículo, iba una chica embarazada, novia del piloto, que también murió. Una historia jodida, ¿eh? Si yo pillara al mamón que conducía...

Ahora entra mi papi al cuarto, con expresión afligida, y mirando consternado lo que tengo entre las manos ¿qué coño le pasará? Y me suelta con voz pastosa, mientras mi madre aparece por detrás: Hijo, tu madre y yo tenemos algo que decirte...

Y yo me sigo preguntando qué coño querrán.
Por algún motivo desconocido, aparece un nombre que no es el mío en la creación de entradas. Es una persona que aprecio, pero no soy yo, y he tenido que cambiar unas cuantas cosas, pero aquí sigo, para mal o para peor, siendo Ted, la ardilla tocapelotas.



Pueden marcharse. Gracias cabelleras.

miércoles, enero 31, 2007




Entonces tenías diecisiete años. Diecisiete putos años. Y aún pensábamos que habría tiempo. Que podríamos conseguirlo. Que había tiempo de sobra. Que eras demasiado joven como para que todo estuviera perdido. Demasiado joven para que todo fuera definitivo. Aún entonces creímos que podríamos curarte. Pero nos equivocamos.








Maldito amargado de mierda -le suelto al capullo- levántate de ahí joder. Vamos a salir un rato.


Que te den, paso de salir -me suelta el muy cabrón, con esa voz áspera que le sale cuando quiere expresar que no piensa cambiar de idea y que puede llegar a ponerse agresivo si no dejas de insistirle. Obviamente, a mí eso me la trae floja e insisto:


Te pasas la vida en la puta calle y hoy que es época de Feria te quedas aquí encerrado. ¿Qué cojones haces, tío? ¿Estás hibernando o algo?


¿Y a ti qué coño te importa? -me salta el muy desagradecido. Encima que me preocupo por él.



El muy gilipollas se hace llamar Gizmo. Puede que sea porque fijo que no se ducha nunca, el guarro hijoputa éste. Bueno, ha estado duchándose esta mañana, pero quizá era la primera vez en meses. Que le den al hijoputa.


Bueno, pues como quieras, tío, yo me largo -le digo. Y cierro de un portazo dejando al pequeño capullín aburrido detrás. Ya vendrá a llorarme luego, ya, como si no lo viera. Y ahora, a por las tías. ¿Dónde se habrán metido hoy los coños hoy?






Por fin se ha largado, ese asqueroso cabrón de mierda. Ni siquiera sé por qué hostias acepté venirme a vivir aquí. A este apestoso cuchitril de mierda. Y no digo que no me guste el sitio, no está mal, es como cualquier decadente y sórdida vivienda céntrica para estudiantes sin pela, pero viene con capullo incluido. Lo bueno es que me sale bastante barato. Sin contar lo de tener que aguantar al insoportable desgraciado de Marquitos.


Bueno, ahora que lo pienso, si que sé por qué me vine a vivir aquí. Me vine a vivir aquí porque no tengo ni un napo de mierda. Mi querido colega, queridísimo colega, Ernesto me dijo que podía compartir piso con un conocido suyo, si le pasaba un mínimo de pasta al mes para ayudarle con el alquiler. A él se lo pagan entre su madre y el paro. Y yo, en fin, tengo muchísimas razones para odiar a la Familia y la Patria, pero podría añadir que ni siquiera me sirven para chuparles una puta pensión mínima. Así que yo le paso lo poco que consigo con algún chanchullo, y el maravilloso cabrón machista y descerebrado me deja vivir aquí. Qué asco me da, joder.


No siempre ha sido así. Me gusta recordar viejos tiempos, aunque a mí todavía no me haya dado mucho tiempo a ser viejo. Dicen que esto de la nostalgia prematura es una especie de neurosis contemporánea. Puede ser, vivimos en una época de mierda, donde no hay dios que se salve de sus putas esquizofrenias, pero al caso; lo mismo da que da lo mismo. Y a veces me pongo a pensar en el tiempo que estuvimos ocupando la peña y yo casas destrozadas y localitos abandonados.


Estuvimos viviendo un tiempo en una casa abandonada, bastante currailla. Mis colegas y yo no teníamos dinero, pero ni falta que nos hacía. Luego nos echaron, y a tomar por culo. Y aquí estoy, sin ganas de salir a la calle, y sin ganas de quedarme aquí. El cabroncete de Marcos (o Marquitos, como le llamo yo para tocarle los cojones) no sabe, ni creo que pueda entender, con ese cerebrito en desuso que tiene, que precisamente no salgo a la puta calle porque estamos en época de ferias y mierdas. Ni lo entendería, ni yo se lo voy a explicar. Creo que no me corto en demostrar lo poco que me gusta la gente, y el asco que le tengo a las fiestas populares; tendría que ser menos amargado y disfrutar con las personas de estas fiestas, que pertenecen al pueblo, a la clase obrera, a todo el mundo, a Espinete. Pero no. Desde la más religiosa fiesta tocahuevos al carnaval más escandaloso, todas me dan asco. Pasando por las bellas fiestas navideñas donde se conmemora el nacimiento del niño ése gilipollas, el que nace todos los años seguidos, y cada vez pide más regalos y los imbéciles de los padres ya no saben qué hacer para llegar a fin de mes.


Nosotros pensamos que esa mirada de haberlo visto todo, de hastío hacia todo era pasajera. Que alguien de tu edad no podía ser así. No es que no nos gustara, pensábamos que era imposible. Tratábamos de proponerte cosas que te gustaran, y conseguíamos que lo pasaras bien, en muchas ocasiones. Pero en cuanto había más gente, en el momento en que se involucraban más personas, te largabas. Veías muchas cabezas y te despedías. Decías que odiabas a "las masas", el "rollo popular", decías.

A la mayoría de nosotros, no nos importó que fueras anarquista y todo eso. Se trataba de lo jodidamente cerrado que eras. Odiabas la playa excepto las noches en que se quedaba vacía. Odiabas las piscinas, privadas y municipales. Aunque más de una vez te colaste en alguna por aquello de saltarte las normas y reírte un rato. Eso estaba bien. Pero siempre tenías que volver a ser un cabronazo amargado, y largarte en cuanto parecía que iba a llegar la fecha de algún "acto social", como decías tú. Ni siquiera soportabas las manifestaciones, a las que pronto dejaste de acudir. Lo único a lo que asistías donde hubiera más de diez personas eran los conciertos de la música espantosa esa que solía gustarte. Creo que incluso tú la denominabas "ruido".

Éramos casi iguales, tío, como hermanos. -digo yo.- Ambos compartíamos ese odio hacia las masificaciones y ese amor por la anarquía, la locura y el ruido. Teníamos un grupo. Yo cantaba..., bueno, gritaba, chillaba y pegaba gruñidos, y él tocaba la batería. Otros colegas tocaban el bajo y la guitarra, respectivamente. Y el muy cabrón tuvo que irse. Se le echa bastante de menos; no sé donde estará, pero si me oye, que ojalá me oiga, ¡¡espero que vuelvas, hijoputa!! Él era mayor que yo, unos cinco años o así, pero oye, eso da igual, ¿no? El caso es que se sintió traicionado y se largó. Y, realmente, entiendo que se le fuera un poco la olla, pero de ahí a dejarlo todo atrás... bueno, podría haberse venido a vivir conmigo o algo. Sé que le hubiera dicho "Gizzy, tío, tú y yo siempre estamos dále que te pego con que las drogas son lo peor, pero si te pones ciego esta noche, no sólo no me enfado sino que te acompaño". Pero en fin...

Gizmo era bastante cerrao de mollera, y un cínico bestial. -dice Aira.- Tenía un montón de cosas buenas, y encima era más romántico de lo normal. Pero un día nos enfadamos..., precisamente por ser tan cerrado, y no nos vimos en un par de días. Porque yo no quise, no por él, que estaba deseando hablar conmigo, y me llamo para perdime perdón y todo eso. El caso es que yo me encontré a un amigo por la calle, con el que Gizmo no se llevaba muy bien, y acabamos en mi casa hablando y eso y... y bueno, es evidente lo que pasó.

Que te acostaste con él -le suelto.

Pues sí. -contesta Aira-. Y va y a Giz no se le ocurre otra puta cosa que venir a por sus cosas justo en ese mismo momento. Y nadie escuchamos ni la puerta ni la llave, y nos encuentra en el sofá enorme y verde del salón y..., el tío se queda mirándonos un buen rato, y ni nos damos cuenta. Así que coge sus cosas y cuando sale de la habitación con todo, le tira un sobre a la cara a Grass, haciéndole daño y todo, y se larga por la puerta sin decir ni una palabra. A todo ésto, en ese momento le vemos, pero ni Grass ni yo estamos seguros. Y desde entonces no he vuelto a verle. Yo pensaba contárselo, que me había acostado con Grass y eso, y hablar con él. Y quien sabe si hubiéramos arreglado el asunto, no sé... Pero es que ni me dio tiempo.

El sobre tenía mi nombre escrito, y dentro una carta, que creo que escribió allí mismo. En ella me dice que se alegra de que haya elegido bien, de que me lo haya pensado con detenimiento, de que me lo pase bien, y que espera que siempre tenga las cosas tan claras como ahora, con el amor de mi vida. Irónico hasta el final, ¿eh?

Pues vaya historia... -dice, algo ensimismado, el cuco sabiondo de Juan- la próxima vez os pido que me la contéis por fascículos.

Serás hijoputa, si no querías oírla, haberlo dicho -le escupo yo.

Era broma, coño. La historia está guay. Un día pienso escribirla, te lo aseguro -nos dice-. Y necesitaré ayuda, asi que ya sabéis. Por cierto, ¿ni puta idea de donde está el notas ese, no?

Ni puta idea. -decimos Aira y yo casi al unísono, y entonces Juan se va a su cuarto y enciende el ordenador y se pone a teclear como si fuera puesto de espiz hasta el culo. Y yo me seco una lagrimilla que se me ha escapao, así para que nadie me vea, y me pongo a hacerme una pizza y a escucharme el LP "Kunst und Unkusnt" de los Kärnvapen Attack que casi rayamos de tanto escucharlo hace unos añitos.

viernes, enero 26, 2007

Un tazón de cereales


Pienso en toda esa gente que dice que la comida que mejor sabe es la que se consigue con el sudor de su frente -dice Bonnie mientras mete unas cuantas bolsas de congelado en su bolso extragrande, junto al mp3 y las pilas recargables-, y eso es porque esa gente no hace lo que nosotros hacemos.

Ciertamente -contesta Clyde-, aunque no me opongo a que cada cual se coma lo que se curra en su huertecillo y tal. Ya sabes, ese tipo de cosas.

Claro -prosigue Bonnie-, sabes que yo tampoco. Pero esa mierda de que el trabajo dignifica, en fin, hoy en día y aquí, no te puedes montar un huerto fácilmente. Pero menos recomendable es ponerte a currar. Levantarte temprano para pagarle las putas y las drogas a un cabrón, y que te dé las sobras, bueno, yo no se lo recomiendo a nadie. Es mucho más divertido todo esto, ¿no crees?

Totalmente de acuerdo, Bonnie -termina Clyde-, y ahora, agárrame el culo y empieza a besarme. Tengo que meterme estos discos en los pantalones.

Tú si que tienes un buen paquete, Clyde -dice Bonnie, sonriente y feliz por un trabajo bien hecho.

jueves, enero 25, 2007

Mami.

Todo esto me recuerda, y no sé realmente por qué, a cuando yo fui asiático. Mi vida estaba llena de sonrisas, gritos y poquemones. Una auténtica experiencia. Mamá siempre decía que no le parecía nada bien que le cogiera el dinero de su bolso, el dinero que guardaba para la comida, que me lo gastara en jaco. Ay mamá, esta dulce mamá... ¿Qué coño iban a importarme ella y nuestra puta comida pudiendo tener yo una cucharilla y un mechero a mano? Ay mis venas, estas dulces venas enmierdadas... Ay mamá, quien bien te quiere te hará sufrir, eso dicen.

Un chute de felicidad, y luego, una bonita patada a la puta miseria del mundo. ¿Hay algo más sincero en esta puta vida que la jodida heroína?

Por eso tuve que dejarte, Asia mía.
"I love Hard fucking",

pronuncia Ángela en voz suave, leyendo la inscripción que hay hecha a bolígrafo azul en la mesa donde está sentada. Un tío en la mesa de al lado se la queda mirando con expresión atolondrada pero llena de lujuria. -Gilipollas-, piensa ella. No sabe exactamente qué cojones significa. Entiende el inglés, claro...

Empieza a recordar y diferentes escenas le vienen a la cabeza. Ni que decir tiene que se está poniendo cachonda, pero ni tú ni yo lo notaríamos mirándola. -Follar duro-, murmura. Y el tipo de al lado también se está poniendo cachondo. Pero al cabrón si que se le nota. No hace más que cerrar las piernas fuertemente, mientras gira el cuello para mirarla. Está nervioso y quiere decir algo, pero el muy capullo sabe que sea lo que sea, la cagará.

Ángela piensa en cuando su pareja la masturba o la besa. No se trata de "follar duro" ahora, simplemente de imaginar. En cuando follan. Diferentes posturas, diferente placer. Todo tipo de orgasmos. Arriba, abajo. Le encanta subirse sobre su chico, pero también tumbarse boca abajo y dejarle hacer, o hacerlo sentados el uno frente al otro. También le gusta de lado, y en fin, muchas posturas más. Digamos que Ángela está contenta y tal con su sexualidad. Ni siquiera vamos a escucharla decir "Podría ser peor". No, no es una cínica de mierda. Al menos eso piensa ella.

Después de sentir cierta humedad en cierta parte del cuerpo, la pregunta vuelve a hacerse presente y la tía aún no sabe lo que es follar duro. Etimológicamente hablando, claro. Y bueno, si lo piensas, tampoco es un crimen. No es tan raro, joder, por no saberlo no vas a etiquetarla de no-tener-ni-puta-idea. Le encanta sentir una polla querida en su interior, o una lengua, le gusta de todas las maneras, pero eso de Hard le suena a látigos, goma y cuero. Y eso si que no le mola.

Tenemos, entonces, a una chica cuyos pantalones pegados (los únicos que tiene en el armario), hacen las delicias de más de uno... Y a un tío con la polla como una barra de pan recién salida del puto horno al lado. Y el tío va y le dice que no quiere sonarle asqueroso, pero es que está que no puede, y prefiere preguntárselo y joderse con el rechazo, a no decir nada y luego pajearse amargamente pensando en qué hubiera ocurrido.

Así que -empieza el tío-, te lo preguntaré: ¿follamos o no?

¿De qué vas? -le espeta ella.- Das asco, colega.

Lo siento, tía, yo que sé. -termina él mientras recoge sus cosas, y antes de marcharse y de tener que pajearse amargamente de todas formas, le dice: Estas cosas nunca funcionan, pero había que intentarlo. Ya me voy y te dejo en paz, tranqui.

Y se larga. El muy capullo se larga, ahora que estaba empezando a gustarle.

Venga, Angelita de mi vida, no jodas, tienes el calentón y dos preservativos en la mochila, se dice a sí misma. Y esa tía con tanta pinta de no romper un plato se larga detrás del colega. Lo coge del culo y le asesta un morreo que más bien parece una amenaza. Y le suelta que más le vale que se la folle bien. El tío enseña las teclas del piano hasta que no le caben más piños en la cara, de tanto sonreír, y se van a casa de Ángela. Y follan. Desde que su chico se ha largado de viaje de estudios a Francia, está que trina. Le echa de menos por muchísimos motivos, y uno menos no va a ser el sexo, joder. Él lo entenderá, cuando ella se lo cuente. Sí, claro que lo entenderá... bueno, realmente se sentirá como el puto culo, ¿pero qué esperas que haga una chavala joven tres meses sóla, después de haberla hecho adicta a los jodidos orgasmos?

Si me quiere, que yo sé que me quiere -empieza a decirse en voz baja mientras se lava el coño, contenta de que el tío este, el salido, no la haya decepcionado para nada-, lo que le importará es que yo esté bien. Y punto. Además, cuatro orgasmos no logran superar a Fran, pero están de puta madre igualmente.

Angelita de mi vida...

miércoles, enero 24, 2007

Estamos llenando esto de mierda, colega, digo yo.
Deja de cagar y escucha, empieza mi hermanito. Mi querido hermanito: Mamá acaba de irse de casa. Nos ha dejado la cena lista, y una nota.

Menuda idiota neurótica está hecha., digo amargamente.

Ah, y también hay una chica desnuda masturbándose con un plátano. No la conozco, pero parece interesante, continúa mi hermanito, haciéndome prestar atención por primera vez en todo el puto día.

Pues ahora que lo dices, empiezo a tener hambre., contesto finalmente, justo antes de que emprendamos el camino del jardín a casa. Las luces están encendidas, y esta noche nos espera, creo, algo de diversión. Ya era hora, joder.

martes, enero 23, 2007

No tengo ninguna duda de que estoy falto de ideas, le comenté a mi abogado. Aunque, le dije, ahora que lo pienso, está usted despedido. Creo que voy a declararme culpable.
Páncer de Cranceas

Mi páncreas, tío, mi puto páncreas. "El quinto más frecuente como causante de muerte por cáncer y el segundo dentro de los tumores de aparato digestivo después del cáncer de colon", me han dicho esos matasanos. Quiero que sepas que te aprecio, colega. No importa que me robaras la chica. Que me pegaras una paliza para asegurarte de que te dejaba el terreno libre. Que me hostiaras de vez en cuando para asegurar el terror. No importa, hermano. Porque te quiero, tío. Eres mi puto salvador. Esta noche tú y yo estamos juntos. Bueno, al menos una parte de ti, que deseo con locura.

Tu puto páncreas, tío. Ya mismo entramos en comunión.

jueves, enero 04, 2007

Me presento como Míster Alopecia. Aquí está la señora Suelo Arrugado.

-Buenos días, señora Suelo Arrugado. Usted es mi paciente más antigua, a la que mejor conozco, y con la que mejor me llevo. Hace tiempo sobrepasamos de alguna manera la frontera profesional para..., y en fin, pasemos a un test que usted a accedido a realizar libre y voluntariamente. Solamente para que conste en acta, usted tiene 3 años (más o menos), el cabello color verde zanahoria, los ojos color manteca de champiñón, y "mucha mala leche", textualmente añadido por usted. La entrevista consta de unas cuantas preguntas sencillas que usted ha de contestar con una respuesta clara y concisa. Adelante.

Alopecia: ¿Quiere ser millonario?
Suelo: Y tirarle los platos a la cabeza.

A: ¿Crees que el día no tiene suficientes horas para todas las cosas que quieres o debes hacer?
S: Sí, pero en cambio, le sobran horas.

A: ¿Siempre te mueves, caminas o comes con demasiada rapidez o ansiedad?
S: No. Como mientras me lavo la cabeza.

A: ¿Te sientes impaciente o ansioso por el ritmo al que se desarrollan los acontecimientos?
S: Siempre me siento ansiosa por acostarme con usted, Mister Alopecia.

A: ¿Acostumbras [la señora Suelo Arrugado dice: Ajá] a decir 'Ah, ajá' o [la señora Suelo Arrugado dice: Sí, sí, sí] 'Sí, sí, sí', 'bien, bien', [la señora Suelo Arrugado dice: Bien, bien] cuando te habla una persona apremiándola inconscientemente a que acabe de decir [la señora Suelo Arrugado dice, a modo de gemido: Siiiiiiiiiííí] lo que tiene que decir?
S: No se me ocurre interrumpir de un modo tan maleducado.

A: ¿Tienes tendencia a interrumpir las frases de otras personas o a impacientarte cuando...
S: ...otra persona...
A: ...otra persona no termina una frase?
A: ¿Qué?
S: No, soy una persona muy paciente. Aunque reconozco que en muy contadas y extrañas ocasiones llego a ponerme un pelín nerviosa, joder.

A: ¿Te sientes exageradamente molesto e incluso irritado cuando el vehículo que está delante tuyo en una carretera avanza a una velocidad que tu consideras demasiado lenta?
S: No, pero a veces me gusta tomar arroz con leche.¿Usted prefiere las pasas? Me encanta el teléfono.

A: ¿Consideras angustiante o irritoso tener que hacer cola o esperar turno para monseguir una cesa en un restaurante?
S: Claro que sí, pero luego me como al camarero con patatas. ¿A usted no le gustan las patatas?

A: ¿Te es intolerable observar como otras personas realizan tareas que tú sabes que puedes hacer más rápidamente?
S: No. Excepto cuando sí. Quiero decir: métame mano.
A: Lo tomaré como un no.

A: ¿Te impacientas contigo mismo si te ves obligado a realizar tareas repetitivas (firmar talones, lavar platos, etc.) que son necesarias pero te impiden hacer las cosas que te parecen interesantes?
S: Me encanta fregar los platos mientras firmo talones y me dedico a la jardinería, que es mi hobby. Por supuesto no me impaciento pero me impacientaría si estuviera usted cerca.
A: Entonces, ¿sí o no?
S: No, obviamente.

A: ¿Eres de esas personas que leen a toda prisa o intentan siempre conseguir condensaciones o resúmenes de obras literarias realmente interesantes y valiosas?
S: Odio la lectura. Y odio a las personas que leen. Les mataría. ¿Me deja un cuchillo?
A: Pero entonces, ¿sí o no?
S: No.

A: ¿Te esfuerzas por pensar o hacer dos o más cosas simultáneamente? Por ejemplo, a la vez que intentas escuchar la charla de una persona, sigues dando vueltas a otro tema sin ninguna relación con lo que se escucha?
S: ¿Qué decía usted? Estaba pensando en la boda de mi prima Pepi. Como verá no intento atender dos cosas a la vez. Atiendo sólo una.

A: Mientras disfrutas de un descanso, ¿continúas pensando en tus problemas de trabajo, domésticos o profesionales?
S: No tengo descansos. Por lo que, siempre pienso en problemas de trabajo. Pero también amo fumar en pipa.
A: ¿Podría usted darme detalles acerca de esos problemas?
S: Una vez se me cayó el gato en la tostadora y luego me lo comí sin darme cuenta. Eso si que es un problema de trabajo.
A: Pero... ¿dónde coño trabaja usted?
S: En MakRoñald's.
A: Entiendo. Entonces... ¿sí o no?
S: No.

A: ¿Tienes el hábito de acentuar excesivamente varias palabras que consideras clave en una conversación ordinaria o la tendencia a articular las últimas palabras de las frases más rápidamente que las palabras iniciales?
S: N o , p o r s u p u e s t o q ueno.
A: Entien d o.

A: ¿Encuentras difícil abstenerse de llevar cualquier conversación hacia los temas que te interesan especialmente, y cuando no lo consigue, pretendes escuchar pero en realidad sigues ocupado en tus propios pensamientos?

S: Eh... , esto... ¿qué decía? Verá. Es que mi madre tiene un problema muy serio con los laxantes. ¡Y la valeriana! Pero, oiga... No, no, no. Digo... sí.
A: Parece usted insegura. La respuesta es...
S: Sí.


A: ¿Te sientes vagamente culpable, cuando descansas y no haces nada durante varias horas y varios días?
S: Especialmente cuando no paro.
A: Interesante.

A: ¿Intentas siempre programar más y más cosas, en menos tiempo y al hacerlo así dejas cada vez menos margen para los imprevistos?
S: Eh, no sé, verá, yo es que dentro de dos minutos tengo una cita con el ginecólogo... No, no, no era mi ginecólogo. Perdón, es que mi agenda es muy apretada. Había quedado con Lechuga.

A: Al conversar, ¿das con frecuencia puñetazos o palmadas en la mesa, o golpeas con un puño la palma de la otra mano para dar más énfasis a un punto particular de la discusión?
S: [Puñtazo en la mesa] No.

A: ¿Te sometes a ciertos plazos en tu trabajo que con frecuencia son difíciles de cumplir?
S: Nunca a la vez que me sorbo los mocos [sorbiéndose la nariz de manera ostentosa].

A: ¿Aprietas con frecuencia las mandíbulas, hasta el punto que te rechinan los dientes?
S: Perdone, no se meta con mi dentadura postiza.

A: ¿Llevas con frecuencia material relacionado con tu trabajo o tus estudios a tu casa por la noche?
S: Eso está prohibido en mi casa. No me dejan. Mi perro se los come. Eva María se fue...
A: ¿Está segura de que quiere continuar con la entrevista? ¿Se encuentra capaz?
S: Sí, claro. Por siempre y no.

A: ¿Acostumbras a evaluar en términos numéricos no sólo tu propio desempeño, sino también el desempeño de los demás?
S: Los números sólo sirven para hacer puzzles. Y para taparse en invierno.
A: ...¿perdone?
S: [Guarda silencio, con la mirada distraída]

A: ¿Te sientes insatisfecho con tu actual trabajo?
S: Verá, lo mío es una relación de amor/odio [chasquea la lengua]. Depende del día.
A: Y por ejemplo hoy, ¿qué tal?
S: Hoy, hoy... hoy lo odio tanto, que le metería un pañuelo por el oído y se lo sacaría por el otro.

Muy bien. Acaba usted de realizar el test. Ahora, en breves instantes, le comentaré los resultados.

El tiempo pasa en la consulta del Doctor Mr. Alopecia. La señorita Suelo Arrugado se encuentra nerviosa y cada vez más impaciente.

S: Perdone, ¿puede terminar ya? Tengo unas ganas locas de quitarme las pelotillas de los pies.
A: Queda poco, acomódese y mantenga silencio, por favor.

A: Bueno, pues aquí tiene los resultados, la máquina tragaperras acaba de escupírmelos. Aparte la bilis y los mocos y podrá leerlo cómodamente.

El Doctor Mr. Alopecia le entrega los resultados del test a la Señorita Suelo Arrugado, la cual los lame con pasión, y luego procede a leerlos.

Dichos resultados rezan:

Tipo B: Es bastante menos vulnerable a sufrir ansiedad que otras personas, no se muestra ambicioso ni dominante, deja que las cosas sigan su cauce sin preocuparse en exceso. No quiere decir que nunca se muestre nervioso o angustiado si la situación le desborda, pero en general tiene un temperamento templado. Las personas de Tipo B son informales, seguros de sí mismos, relajados y agradables. Son tan motivados como las personas Tipo A. Son pacientes y realizan sus tareas en una forma eficiente y tranquila. Saben escuchar, transmiten menos señales de ansiedad y les afecta menos el estrés ya que no son competitivos ni tienen la urgencia inflexible del tiempo.

- Le encanta dormir hasta tarde.
- Come pausadamente.
- Se toma su tiempo, no se afana, no se preocupa.
- Tiene una actividad muy regular y tranquila.
- No le interesa mucho competir.
- Tiene una existencia apacible.
- Habla pausadamente.
- Conduce despacio. Lee o escucha música en el trayecto.
- Se acuesta tarde, disfruta de la noche.
- Espera; no se impacta demasiado por lo que ocurre a su alrededor.

S: Mmmmmm, les haría el amor [voz seductora]. ¿Y usted, bribón?
A: Nos veremos el próximo año, querida Arrugado. Hasta pronto.
S: [La paciente le saca la lengua al Doctor, y se marcha recogiendo sus cosas apresuradamente].

Tras lo cual, el doctor se la casca en silencio en su despacho corriéndose sobre el retrato de Freud que utiliza frecuentemente para este menester, el cual ya casi está totalmente recubierto de esperma seco. Al terminar, el doctor esconde en una caja fuerte que guarda dentro del armario, dicho retrato, ya que el olor que despide hace imposible colocarlo en un lugar cercano. Dos pacientes hembra joden en la habitación de al lado.

domingo, diciembre 24, 2006

"Jamás podría habérmelo imaginado, pero lo hizo." (Johnny C. Nelson)
Tenía un buen sombrero. Un jodido buen sombrero y dos botas con espuelas. Botas con espuelas, patillas largas y, por supuesto, un fiel caballo. Un caballo llamado Chapas. Era tan leal, el viejo Chapas. Fueron compañeros siempre, buenos amigos hasta la hambruna del '85, cuando Johnny C. Nelson no pudo alimentarlo más, de ninguna forma y ambos murieron de hambre (debo decir que Johnny murió antes), pero eso es otra historia. Volvamos a Johnny y al caballo.
Nuestro héroe, ése viejo bandolero, se servía también de dos pistolas falsas, bastante bien logradas, que hacían su función correctamente. Como decía J. C. Nelson:
"El dinero o le pego un tiro -les pedía amablemente, ja, ja- y, como era de esperar, ¡nadie me pedía lo segundo!"
Con un buen saco de dinero, dos pistolas, y ni una jodida bala, Johnny atracaba un banco tras otro, llenando sus bolsillos de billetes y vanidad. Pero, como nada dura eternamente, un día el jodido cabroncete se encontró con un problema. ¿Una tontería? Bah, simplemente Johnny no tenía ni puta idea del índice de suicidas tan enorme que existía entre los diversos empleados del negocio bancario. Y, evidentemente, le pilló de sorpresa cuando el tipo eligió el disparo.
"¿Cómo coño iba yo a saber que el tipo era un suicida en potencia? Mierda, me tuvo que tocar a mí. Menos mal que además de dos putas pistolas falsas, tenía dos putas piernas. Y me sirvieron, ya lo creo que me sirvieron. Lo peor de todo es que tuve que aguantar al hijoputa del cajero corriendo detrás rogándome y suplicándome que le pegara un tiro. Santo cielo, si llego a saberlo..."
"Sí, hay que estar gilipollas. Pero bueno, es normal, según cuentan. Ha habido tantos atracos y sigue habiéndolos, en los cuales muere más de uno que... en fin, es normal, es normal. Es lógico que la comunidad suicida internacional quiera pillar cacho."
"Ah, no, no. Qué va, a mí no me vuelve a pasar, yo ya estoy sindicado. Pero... ¡ay! del que le pille. Y los novatos... bueno, yo era un novato, así que ya sabéis: sindicaros."
"¿Que qué les diría a los que son jóvenes y están empezando? Pues nada, que quieran mucho a sus amigos, que hagan mucho el amor con quien amen, y... que se sindiquen, claro, que se sindiquen. Hoy en día eres atracador, y bueno... si no estás sindicado, ¿cómo vas a velar por tus derechos? ¡Es de locos!"

Dicen de Adonis que era to bello,
Dicen de Adonis,
Dicen.

viernes, noviembre 17, 2006

El grito

Camino por la noche. Sólo o acompañado. Y entonces, un grito. Desgarrador y agudo. O tal vez gutural y seco. Un grito de sufrimiento. De dolor. No hablo de gemidos. No hablo de alguien que está teniendo el mejor orgasmo de su vida. No. Hablo de angustia. Hablo de miedo. De terror.

Hemos perfeccionado nuestros sentidos de manera que damos importancia únicamente a aquello que, o bien queremos sentir, o bien no podemos evitar sentir. El choque frontal que hemos presenciado hoy. Un susurro sobre algo que no es asunto nuestro pero nos interesa. Una información valiosa o mucha sangre inofensiva. Nos gusta mirar. Pero no siempre nos gusta que nos miren. Al menos, no sin que lo sepamos. Y nos gusta presenciarlo todo. Pero no siempre participar.

Voy pensando en mis problemas. Voy hablando con mis amigos. Voy recordando mi buen día, o lo bien que lo pasé ayer. La sonrisa de una persona que me vuelve loco. Alguien que quiero que está pasando un mal momento. Y, evidentemente, no voy a detenerme para descubrir de dónde viene. No voy a correr hacia ese peligro inminente. No voy a quitarme mi ropa, para sacar a relucir mi capa roja y mis mallas azules con calzón rojo encima. Ni soy tan hortera ni tan solidario. Prefiero hacer como que no he oído nada. Como que no están pegando una paliza a alguien en la calle paralela a la mía. Como que no están tratando de violar a alguien dos calles más adelante. Como que no están sacándole los ojos a un tipo en algún lugar a mi alrededor. Como que no están arrancandole la ropa a una tía cerca mía. Sé que todo sucede cerca, pero no sé en dónde exactamente. Y, aún así, sé que lo encontraria si quisiese. Pero no soy tan solidario. Ni tan temerario.

Ahora que lo pienso, tengo un problema. Pequeño o grande me carcome. Mi problema se debe al fallo del control de mis sentidos. He dejado de tenerlo, y ahora sí oigo los gritos. Y no sé qué hacer. Y me dan ganas de correr en dirección a ellos. No creo que esto sea sano, pues yo no soy tan temerario. Ni tan valiente.
Lo que es, es. Lo que no, pues lo mismo.

Lo que una marsopa es:

Una marsopa es enorme. Para empezar. Y tiene un color grisáceo lleno de vitalidad. Es elegante. Inteligente. Seductora. Y sabe cuándo sobra. O cuándo dar el siguiente paso. En una relación de amor. De amistad. O en una destrucción masiva de la civilización occidental. No practican negocios, porque tienen dignidad. Son muy dignas, las marsopas.

Lo que una marsopa NO es:

Pequeña. Chiquitita. Eso no, para nada. Rosa chicle. Hortera. Idiota. Pesada e inoportuna. Incapaz de entender las indirectas. O de completar un sudoku. Salidorra. Capitalista. Moderna. Civilizada. Aburrida. No ven pornografía pero se masturban sin problemas. Son muy dignas, las marsopas.

miércoles, noviembre 15, 2006

[...] marinero


Estoy caminando, mirando hacia ninguna parte. Y, de repente, te veo. Sentada en el autobús. Leyendo. No sé qué estás leyendo. Pero sé que estás allí, sentada. Y sé que yo estoy aquí, caminando. Y, en este preciso momento, me gustaría estar en otra parte. Me gustaría haber pagado un viaje de autobús (o no). Lo que quiero decir es que me gustaría poder interrumpirte. Me gustaría hacer que dejaras de leer. Me gustaría poder encontrar las palabras adecuadas. Porque nunca las encuentro.

Y entonces, nos miramos. Yo no sé qué decir. Tú no sabes por qué nunca digo nada. Y, en fin, nuestras conversaciones transcurren sin palabras. A veces, sólo a veces, hablamos. E, incluso, hemos llegado a darnos la mano. Nos hemos sonreído infinitas veces, y nos hemos contemplado. Y, en un roce, hemos llegado a comprender algo. Pequeño o grande, ese algo nos une.

AAAAAAAAAARRRRRGGGGGGGGG.*

*Por cortesía de una burbuja.


Tras cada ventanilla del autobús, se esconde un secreto horrible. Un secreto inconfesable, e inconfesado. Algo que nunca le contarías al psicólogo, ni a la panadera, ni a tu mejor amigo, ni a tu imagen en el espejo, ni siquiera a la pasta de dientes. Tampoco a tu pareja ni a tu madre, evidentemente. Cuando la gente desaparece de tu vista, cuando no ves a nadie, cuando no hay nada que aparente estar vivo (ni siquiera pasta de dientes) sólo entonces, puedes atreverte a gritarlo, para seguidamente echarte a llorar.

Tengo un plan. Un plan infalible. Y me he decidido a contároslo. Os lo cuento porque ya no tiene relevancia. No tenéis escapatoria. Y yo quiero ser un malo como los de las películas. Un villano clásico. De esos que siempre cuentan sus sórdidas intenciones antes de ejecutarlas. Pero, al contrario de lo que suele ocurrir con ellos, a los que un superhéroe o algo parecido atrapa, yo alcanzaré mis metas. Veréis: yo ya no quiero mi secreto. No quiero guardarlo, ni soltarlo. No quiero llorarlo en silencio. No quiero sentirme acosado por la almohada cada noche. Tampoco pienso dejar que en mi pecho se acumule una carga demasiado enorme para alojarla, otra vez más. Y, por fin, he sacado fuerzas de donde no había para tomar mi última decisión: he decidido que tengo que mataros. A todos. A cada uno de vosotros. De quienes habéis formado parte de mi vida, que habéis llenado de alegrías y tristezas mis días. Estoy harto de vuestra insidiosa nariz tras mi espalda. De vuestros suspiciosos ojos en mis hombros. No quiero daros más explicaciones que éstas que ahora os escribo. Porque ya sabéis demasiado. Habéis acumulado demasiada información. Y estoy aburrido, hastiado, cabreado. Y vosotros, muy pronto, estaréis muertos. Porque sólo cuando nadie sepa nada de mí, sólo cuando no quede nada que me haya visto crecer, reír o llorar, o explotar de furia; seré libre. Seré libre y seré desconocido. Seré el héroe anónimo de mi propia existencia. Lo que haga después será tan sólo cosa mía. Quizás me pegue un tiro, o quizás me lance al mar, no debería importaros.

La sola circunstancia que te permite hacerlo, es el momento en que lo único que ves es aire; o te sentirás observado. Ni siquiera con los ojos cerrados: o te sentirás observado. Tras las palmeras se esconden ojos. Entre los matorrales se esconden ojos. Ahora lo sabes: siempre te sentirás observado. Aunque agaches la cabeza, o mates a tus vecinos, o destruyas a todos aquellos que crees que podrían juzgarte: no estás solo. Tú, dentro de ti, te miras, te odias, te culpas, te gritas, te empujas, te pegas. Lo siento, no supiste apreciarlo: Tú sois Demasiados.

Es totalmente posible. Puedo convertirme en un Don Nadie de verdad. Cuando quiera. Ni siquiera tú podrías reconocerme, al igual que te cuesta reconocer a alguien que ha cambiado de imagen. Puedo ser anónimo y no podrás evitarlo. No me creo tus cuentos. Joder, no eres quien para darme consejos. Ni tú ni nadie. Sólo un objetivo más en mi lista. Apuntaré y dispararé.
Una pequeña diferencia

Cualquier día a cualquier hora. En cualquier momento y en cualquier puto lugar. Camina por la calle hacia donde sea. Y esos tipos del coche, los que van con su mono azul lleno de pintura, en fin, te comerían la regla a cucharadas.

Sigue andando y crúzate con un tipo con traje. Elegante. Y con corbata. Un gilipollas. Te mira y, en cuanto le devuelves la mirada, aparta la suya. Ya puedes continuar.

Sigues tu camino y hoy se han alineado los planetas, como cada día, para que seas la tía buena más tía buena que pase por ese lugar en ese preciso momento, justo cuando ese tipo te grita que a dónde vas tan solita. Que vayas con él. Joder, y ni siquiera te ha ofrecido caramelos. Hoy en día ya nadie tiene caramelos que ofrecer. Ahora tienen la punta de su polla, que te indican que les comas. Y no lo haces. Bastante al contrario, le enseñas tu dedo corazón y le dices que más quisiera, y te vas. Esos tipos normalmente no dicen nada cuando les mandas a la mierda. Aunque siempre los hay más peligrosos. Los hay que te pegan. O que tratan de obligarte a que hagas cosas que no quieres. Los hay que... en fin, aún quedan unos metros hasta tu meta.

Y qué culo. Vaya tetas. Y a ti lo que te hace falta es un pollazo en la frente. Y te comerían hasta la goma de las bragas. Muñeca. Nena. O lo que sea. La verdad es que nunca has oído hablar a dos carniceros acerca de sus piezas. Pero piensas que debe parecerse bastante a todo esto. A este mercado de carne en el cual eres una pieza más sin saberlo. Y sin quererlo.

Pelo castaño. Rubio. Negro. Pelirrojo. Piel morena. Piel pálida. Labios finos. Labios carnosos. Labios gruesos. Ojos grandes y ojos pequeños. Delgadez extrema u obesidad. Cuerpo 10. Medidas 90, 60, 90. Estás demasiado gorda o demasiado delgada. Tienes que engordar. O adelgazar. O fortalecer esos glúteos con estos ejercicios. Porque no eres lo que tienes que ser, porque no eres más que tú misma. Y si pretendes ser algo en la vida, ya puedes estar olvidándote de todo eso. De ese rollo de ser tú misma, de todo eso de olvidar los complejos, de olvidar el físico. Ah, ¿ya lo haces? ¿Así que ya te has dado cuenta? Vaya, tienes que entrar en la talla 36. Pues nada, manos a la obra. Tú puedes. Puedes ser una progre con implantes de silicona que apadrina a un niño del tercer mundo. O puedes ser una mujer casada, cristiana apostólica romana y con los labios como un par de ristras de chorizo. Carne. ¿Lo recuerdas?

Después de que sepas lo guapa que eres, o la boca que tienes para comer pollas, o lo bien que tienes que follar, o cómo te colocarían una bolsa en la cabeza para no verte la cara y metértela hasta el fondo, después de todo eso, llegas a tu meta. Y ahí está ese tipo mirándote sonriente. Le sonríes y le abrazas. Puede que sea un capullo pero te miró a los ojos desde que le conociste. Puede que sea gilipollas pero podías hablar con él. No estabas en su lista de la compra, y sigues sin estarlo. Pero ahora le estás dando un beso y después él te pregunta qué tal todo. Te mira a los ojos un buen rato, en silencio. ¿Qué pasa?, te da por preguntar. Y entonces él sabe que en realidad estás harta, cabreada y rabiosa. Y tú le tienes que contar el por qué. Y la sonrisa de ese palurdo, de ese capullo que nunca fue a fiestas en casas grandes con piscina y gente sobándose, el idiota al que nunca nadie invitó a la bacanal de fin de curso o a su cumpleaños en su chalet, bueno, pues desaparece un momento para mostrar un gesto grave. De odio. De impotencia. Y dice: les mataré. Y vuelve a sonreír y ese gesto desaparece de su cara como si nunca hubiese estado ahí. Vuelve a sonreírte y te pregunta otras cosas, y tú le preguntas otras cosas. Y habláis y esos tipos asquerosos, momentáneamente dejan de existir. Hasta el tío del traje, que en realidad no te dijo nada, ni hizo nada, que realmente nunca hace nada. Bueno, él es elegante, él tiene un empleo estable y que le proporciona grandes sumas de dinero. Él se paga sus cenas en restaurantes de cuatro y cinco tenedores cada día, va al gimnasio más pijo de la ciudad y viste con las marcas más caras. Y le raja los muslos a una prostituta colombiana de doce años, mientras se la folla en espasmos, violentamente, mientras la cabeza de ella choca contra la pared. Y nadie dice nada. Y nadie hace nada. Pero tú sigues necesitando un pollazo en el coño.

viernes, noviembre 10, 2006

Un buen amigo

Cuando ese buen amigo tuyo te dice que ella es muy guapa, o que es muy atractiva, o que está muy buena. Cuando te felicita por estar con una chica tan simpática y tan mona, cuando te da la enhorabuena y te dice que seguro que tiene que ser genial en la cama, bueno, lo que quiere decirte realmente es que se la tiraría. Muchas veces. Que está deseándolo.
Lo que quiere decirte es muy simple. Quiere decirte que se la follaría. Ahora mismo, si se dieran las circunstancias propicias y ella estuviera de acuerdo. Si él no estuviera con, y ella no estuviera con, entonces, si ella se dejara, follarían.

Cuando estás hablando y él no te mira a ti, la mira a ella, bueno pues, ya sabes. Cuando le agarra las manos amistosamente y se ríe tan tontamente con ella, olvidando que estás ahí, entonces es cuando recuerdas aquella conversación. Aquella en la que te felicitaba. En la que te daba la enhorabuena.
Cuando sabes que ella aprecia su sensibilidad, cuando él también lo sabe, cuando ella va a la playa con él, con ese bikini suyo que le queda tan bien y él la mira, bueno, pues ya sabes. Cuando la mira, en fin, tal vez esté pensando en su inteligencia. O tal vez no. Es muy probable que esté pensando en su bondad, bondad, éticamente hablando. Pero puede que no. Tal vez le está mirando el culo. Le está mirando las tetas. Y las piernas. Y el ombligo. Y su entrepierna.

¡Vaya! -Rápido: mírala a los ojos.- ¡Oh! -Vamos, dáte prisa, que no se de cuenta.- Joder. -¿Pero qué estás pensando? No olvides mirarla a los ojos. Si no quieres que te descubra, si no quiere que sepas lo que eres, entonces mírala a los ojos. Si no quieres que note tu erección, entonces, simplemente, mírala a los ojos. Si no te apetece que sepa que piensas con la polla, aún, entonces mírala a los ojos. Venga, no es tan difícil. Vamos, puedes hacerlo. Quizá... si ella y tu amigo lo dejan, o quizá si a él le entra una enfermedad terminal. O se tiene que mudar a otro continente. O si se va de voluntario a África. O si lo atropellan. Quizá entonces puedas tirártela. Si ocurre un malentendido y ella le deja, entonces, cuando esté llorando, agárrala suavemente. Susúrrale al oído. ¡Bingo! Ya la tienes.

Venga, ya puedes tirártela.