lunes, enero 21, 2008


Ni de coña lo aceptaría. No estaba dispuesta a ponerse ese sombrero de paja y a mudarse a la jodida granja, descuidando de esa manera manicura, pelaje y reputación. Con los sucios chuchos y la ahora gorda y flácida mujer con la que tantos momentos había pasado. Tantos buenos momentos, tantas escenas de sexo parafílico de contenido perturbador y no apto para todos los públicos y tantos cereales de lujo para perros Phrieskies-lo-cuida, tal vez podían echarse de menos.
Pero Lulú tenía una vida y un trabajo que mantener. No puedes dedicarte a revivir al buen salvaje que hay en tu interior cuando tienes que mantener tus caprichos y una reputación en alza.

Eso lo decía Lulú. Y también decía que la gente cree que es muy fácil, pero que no, que eso es porque la gente no tiene experiencia ni sabe de lo que se trata. La gente piensa que es fácil ser puta de lujo, pero todo es más complicado cuando se trata de una perra.


sábado, enero 19, 2008



Se preguntaban quién sería capaz de hacerles una foto a traición, sin avisar, sin dejarles siquiera tiempo para arreglarse el pelo y su corbata y su corbata. Se preguntaban si no sería algún cargo de la Iglesia vigilándoles y fotografiándoles y anotándolo todo en una agenda desgastada del color de la bilis. Poniendo los puntos sobre las íes. Asegurándose de que le salían rentable a la Iglesia.


Esto ocurría mucho después del segundo intento de Elder & Elder de conquistar a la perrita. Aquella caniche rosa, ya sabes. Ocurría mucho después de que por segunda vez la caniche rosa, Lulú les dijera que no. Que no estaba dispuesta a compartir su vida con un par de lunáticos obsesionados con Juan Calvino y la redención.


Ocurría también mucho más tarde de que lo intentaran con la dueña. La dueña de la perrita, a la que nadie se acercaba por su aspecto de actriz de cine porno. A cada paso que daba todo el mundo se veía a sí mismo persiguiendo una meta imposible y lo dejaban, tarde o temprano acababan asumiendo su fracaso. La adulaban hasta que se daban cuenta. Ella les decía que ya estaba harta y que por qué no dejaban de adorarla de esa manera y hacían algo con su vida de una maldita vez, panda de vagos. Y ellos se acababan largando, pero esta vez no había sido igual. Habían preferido a una perra y eso la interesaba. Y la excitaba. Se lo montó con los dos, a la vez. Elder izquierda Elder derecha Elder encima Elder debajo.


Ellos dejaron la Iglesia Presbiteriana y ella dejó de ir al gimnasio y empezó a engordar. No pudieron casarse ya que ni el Estado ni la Iglesia Católica lo permitieron. No digamos ya la Iglesia Presbiteriana. Los triángulos amorosos eran vistos como una parafilia y ellos tuvieron que aguantarse y ser un triángulo de hecho de por vida y criar hijos. Criaron un montón de hijos. Y de hijas. No se sabía nunca con exactitud quien era el padre, pero como decían Elder, y Elder.
Y eso qué más da. Elder y Elder decían: ella, yo y Elder nos turnamos a los críos. Siempre en contacto con un adulto activo. Siempre encima, siempre observando desde ahí arriba. Nos turnamos en la cocina y en las tareas de casa.
Si alguno se niega a colaborar, el resto le recuerda primero con palabras y después a puñetazos cuáles son sus obligaciones. Me refiero a nosotros tres, no a los niños. Los niños no lloran. Dormimos todos pegados en la misma cama gigantesca.
Se mudaron al campo, se colocaron sus sombreros de paja y vivieron sus vidas fornicando y criando fornicando y criando y fornicando. Y criando. Toda esta descendencia que correteaba, se meaba y se cagaba encima, que se revolcaba por el barro y que se toqueteaban entre ellos como lo han hecho los niños toda la vida antes de que llegaran los tíos de los libros, crecieron. Tomaron cada uno un camino en la vida y volvieron. Menuda mierda decían. El mundo exterior lo llaman y da la sensación de estar en una lata de sardinas.
La mayoría perpetuaron la estirpe, mezclándose con algunas y algunos pueblerinos y gente de la ciudad. El resto se hicieron terroristas y atacaron la civilización. Nadie dijo nunca que vivir fuera compatible con una lata de sardinas pero en última instancia las sardinas no lo entienden. Siguen prefiriendo la jodida lata.