viernes, noviembre 17, 2006

El grito

Camino por la noche. Sólo o acompañado. Y entonces, un grito. Desgarrador y agudo. O tal vez gutural y seco. Un grito de sufrimiento. De dolor. No hablo de gemidos. No hablo de alguien que está teniendo el mejor orgasmo de su vida. No. Hablo de angustia. Hablo de miedo. De terror.

Hemos perfeccionado nuestros sentidos de manera que damos importancia únicamente a aquello que, o bien queremos sentir, o bien no podemos evitar sentir. El choque frontal que hemos presenciado hoy. Un susurro sobre algo que no es asunto nuestro pero nos interesa. Una información valiosa o mucha sangre inofensiva. Nos gusta mirar. Pero no siempre nos gusta que nos miren. Al menos, no sin que lo sepamos. Y nos gusta presenciarlo todo. Pero no siempre participar.

Voy pensando en mis problemas. Voy hablando con mis amigos. Voy recordando mi buen día, o lo bien que lo pasé ayer. La sonrisa de una persona que me vuelve loco. Alguien que quiero que está pasando un mal momento. Y, evidentemente, no voy a detenerme para descubrir de dónde viene. No voy a correr hacia ese peligro inminente. No voy a quitarme mi ropa, para sacar a relucir mi capa roja y mis mallas azules con calzón rojo encima. Ni soy tan hortera ni tan solidario. Prefiero hacer como que no he oído nada. Como que no están pegando una paliza a alguien en la calle paralela a la mía. Como que no están tratando de violar a alguien dos calles más adelante. Como que no están sacándole los ojos a un tipo en algún lugar a mi alrededor. Como que no están arrancandole la ropa a una tía cerca mía. Sé que todo sucede cerca, pero no sé en dónde exactamente. Y, aún así, sé que lo encontraria si quisiese. Pero no soy tan solidario. Ni tan temerario.

Ahora que lo pienso, tengo un problema. Pequeño o grande me carcome. Mi problema se debe al fallo del control de mis sentidos. He dejado de tenerlo, y ahora sí oigo los gritos. Y no sé qué hacer. Y me dan ganas de correr en dirección a ellos. No creo que esto sea sano, pues yo no soy tan temerario. Ni tan valiente.
Lo que es, es. Lo que no, pues lo mismo.

Lo que una marsopa es:

Una marsopa es enorme. Para empezar. Y tiene un color grisáceo lleno de vitalidad. Es elegante. Inteligente. Seductora. Y sabe cuándo sobra. O cuándo dar el siguiente paso. En una relación de amor. De amistad. O en una destrucción masiva de la civilización occidental. No practican negocios, porque tienen dignidad. Son muy dignas, las marsopas.

Lo que una marsopa NO es:

Pequeña. Chiquitita. Eso no, para nada. Rosa chicle. Hortera. Idiota. Pesada e inoportuna. Incapaz de entender las indirectas. O de completar un sudoku. Salidorra. Capitalista. Moderna. Civilizada. Aburrida. No ven pornografía pero se masturban sin problemas. Son muy dignas, las marsopas.

miércoles, noviembre 15, 2006

[...] marinero


Estoy caminando, mirando hacia ninguna parte. Y, de repente, te veo. Sentada en el autobús. Leyendo. No sé qué estás leyendo. Pero sé que estás allí, sentada. Y sé que yo estoy aquí, caminando. Y, en este preciso momento, me gustaría estar en otra parte. Me gustaría haber pagado un viaje de autobús (o no). Lo que quiero decir es que me gustaría poder interrumpirte. Me gustaría hacer que dejaras de leer. Me gustaría poder encontrar las palabras adecuadas. Porque nunca las encuentro.

Y entonces, nos miramos. Yo no sé qué decir. Tú no sabes por qué nunca digo nada. Y, en fin, nuestras conversaciones transcurren sin palabras. A veces, sólo a veces, hablamos. E, incluso, hemos llegado a darnos la mano. Nos hemos sonreído infinitas veces, y nos hemos contemplado. Y, en un roce, hemos llegado a comprender algo. Pequeño o grande, ese algo nos une.

AAAAAAAAAARRRRRGGGGGGGGG.*

*Por cortesía de una burbuja.


Tras cada ventanilla del autobús, se esconde un secreto horrible. Un secreto inconfesable, e inconfesado. Algo que nunca le contarías al psicólogo, ni a la panadera, ni a tu mejor amigo, ni a tu imagen en el espejo, ni siquiera a la pasta de dientes. Tampoco a tu pareja ni a tu madre, evidentemente. Cuando la gente desaparece de tu vista, cuando no ves a nadie, cuando no hay nada que aparente estar vivo (ni siquiera pasta de dientes) sólo entonces, puedes atreverte a gritarlo, para seguidamente echarte a llorar.

Tengo un plan. Un plan infalible. Y me he decidido a contároslo. Os lo cuento porque ya no tiene relevancia. No tenéis escapatoria. Y yo quiero ser un malo como los de las películas. Un villano clásico. De esos que siempre cuentan sus sórdidas intenciones antes de ejecutarlas. Pero, al contrario de lo que suele ocurrir con ellos, a los que un superhéroe o algo parecido atrapa, yo alcanzaré mis metas. Veréis: yo ya no quiero mi secreto. No quiero guardarlo, ni soltarlo. No quiero llorarlo en silencio. No quiero sentirme acosado por la almohada cada noche. Tampoco pienso dejar que en mi pecho se acumule una carga demasiado enorme para alojarla, otra vez más. Y, por fin, he sacado fuerzas de donde no había para tomar mi última decisión: he decidido que tengo que mataros. A todos. A cada uno de vosotros. De quienes habéis formado parte de mi vida, que habéis llenado de alegrías y tristezas mis días. Estoy harto de vuestra insidiosa nariz tras mi espalda. De vuestros suspiciosos ojos en mis hombros. No quiero daros más explicaciones que éstas que ahora os escribo. Porque ya sabéis demasiado. Habéis acumulado demasiada información. Y estoy aburrido, hastiado, cabreado. Y vosotros, muy pronto, estaréis muertos. Porque sólo cuando nadie sepa nada de mí, sólo cuando no quede nada que me haya visto crecer, reír o llorar, o explotar de furia; seré libre. Seré libre y seré desconocido. Seré el héroe anónimo de mi propia existencia. Lo que haga después será tan sólo cosa mía. Quizás me pegue un tiro, o quizás me lance al mar, no debería importaros.

La sola circunstancia que te permite hacerlo, es el momento en que lo único que ves es aire; o te sentirás observado. Ni siquiera con los ojos cerrados: o te sentirás observado. Tras las palmeras se esconden ojos. Entre los matorrales se esconden ojos. Ahora lo sabes: siempre te sentirás observado. Aunque agaches la cabeza, o mates a tus vecinos, o destruyas a todos aquellos que crees que podrían juzgarte: no estás solo. Tú, dentro de ti, te miras, te odias, te culpas, te gritas, te empujas, te pegas. Lo siento, no supiste apreciarlo: Tú sois Demasiados.

Es totalmente posible. Puedo convertirme en un Don Nadie de verdad. Cuando quiera. Ni siquiera tú podrías reconocerme, al igual que te cuesta reconocer a alguien que ha cambiado de imagen. Puedo ser anónimo y no podrás evitarlo. No me creo tus cuentos. Joder, no eres quien para darme consejos. Ni tú ni nadie. Sólo un objetivo más en mi lista. Apuntaré y dispararé.
Una pequeña diferencia

Cualquier día a cualquier hora. En cualquier momento y en cualquier puto lugar. Camina por la calle hacia donde sea. Y esos tipos del coche, los que van con su mono azul lleno de pintura, en fin, te comerían la regla a cucharadas.

Sigue andando y crúzate con un tipo con traje. Elegante. Y con corbata. Un gilipollas. Te mira y, en cuanto le devuelves la mirada, aparta la suya. Ya puedes continuar.

Sigues tu camino y hoy se han alineado los planetas, como cada día, para que seas la tía buena más tía buena que pase por ese lugar en ese preciso momento, justo cuando ese tipo te grita que a dónde vas tan solita. Que vayas con él. Joder, y ni siquiera te ha ofrecido caramelos. Hoy en día ya nadie tiene caramelos que ofrecer. Ahora tienen la punta de su polla, que te indican que les comas. Y no lo haces. Bastante al contrario, le enseñas tu dedo corazón y le dices que más quisiera, y te vas. Esos tipos normalmente no dicen nada cuando les mandas a la mierda. Aunque siempre los hay más peligrosos. Los hay que te pegan. O que tratan de obligarte a que hagas cosas que no quieres. Los hay que... en fin, aún quedan unos metros hasta tu meta.

Y qué culo. Vaya tetas. Y a ti lo que te hace falta es un pollazo en la frente. Y te comerían hasta la goma de las bragas. Muñeca. Nena. O lo que sea. La verdad es que nunca has oído hablar a dos carniceros acerca de sus piezas. Pero piensas que debe parecerse bastante a todo esto. A este mercado de carne en el cual eres una pieza más sin saberlo. Y sin quererlo.

Pelo castaño. Rubio. Negro. Pelirrojo. Piel morena. Piel pálida. Labios finos. Labios carnosos. Labios gruesos. Ojos grandes y ojos pequeños. Delgadez extrema u obesidad. Cuerpo 10. Medidas 90, 60, 90. Estás demasiado gorda o demasiado delgada. Tienes que engordar. O adelgazar. O fortalecer esos glúteos con estos ejercicios. Porque no eres lo que tienes que ser, porque no eres más que tú misma. Y si pretendes ser algo en la vida, ya puedes estar olvidándote de todo eso. De ese rollo de ser tú misma, de todo eso de olvidar los complejos, de olvidar el físico. Ah, ¿ya lo haces? ¿Así que ya te has dado cuenta? Vaya, tienes que entrar en la talla 36. Pues nada, manos a la obra. Tú puedes. Puedes ser una progre con implantes de silicona que apadrina a un niño del tercer mundo. O puedes ser una mujer casada, cristiana apostólica romana y con los labios como un par de ristras de chorizo. Carne. ¿Lo recuerdas?

Después de que sepas lo guapa que eres, o la boca que tienes para comer pollas, o lo bien que tienes que follar, o cómo te colocarían una bolsa en la cabeza para no verte la cara y metértela hasta el fondo, después de todo eso, llegas a tu meta. Y ahí está ese tipo mirándote sonriente. Le sonríes y le abrazas. Puede que sea un capullo pero te miró a los ojos desde que le conociste. Puede que sea gilipollas pero podías hablar con él. No estabas en su lista de la compra, y sigues sin estarlo. Pero ahora le estás dando un beso y después él te pregunta qué tal todo. Te mira a los ojos un buen rato, en silencio. ¿Qué pasa?, te da por preguntar. Y entonces él sabe que en realidad estás harta, cabreada y rabiosa. Y tú le tienes que contar el por qué. Y la sonrisa de ese palurdo, de ese capullo que nunca fue a fiestas en casas grandes con piscina y gente sobándose, el idiota al que nunca nadie invitó a la bacanal de fin de curso o a su cumpleaños en su chalet, bueno, pues desaparece un momento para mostrar un gesto grave. De odio. De impotencia. Y dice: les mataré. Y vuelve a sonreír y ese gesto desaparece de su cara como si nunca hubiese estado ahí. Vuelve a sonreírte y te pregunta otras cosas, y tú le preguntas otras cosas. Y habláis y esos tipos asquerosos, momentáneamente dejan de existir. Hasta el tío del traje, que en realidad no te dijo nada, ni hizo nada, que realmente nunca hace nada. Bueno, él es elegante, él tiene un empleo estable y que le proporciona grandes sumas de dinero. Él se paga sus cenas en restaurantes de cuatro y cinco tenedores cada día, va al gimnasio más pijo de la ciudad y viste con las marcas más caras. Y le raja los muslos a una prostituta colombiana de doce años, mientras se la folla en espasmos, violentamente, mientras la cabeza de ella choca contra la pared. Y nadie dice nada. Y nadie hace nada. Pero tú sigues necesitando un pollazo en el coño.

viernes, noviembre 10, 2006

Un buen amigo

Cuando ese buen amigo tuyo te dice que ella es muy guapa, o que es muy atractiva, o que está muy buena. Cuando te felicita por estar con una chica tan simpática y tan mona, cuando te da la enhorabuena y te dice que seguro que tiene que ser genial en la cama, bueno, lo que quiere decirte realmente es que se la tiraría. Muchas veces. Que está deseándolo.
Lo que quiere decirte es muy simple. Quiere decirte que se la follaría. Ahora mismo, si se dieran las circunstancias propicias y ella estuviera de acuerdo. Si él no estuviera con, y ella no estuviera con, entonces, si ella se dejara, follarían.

Cuando estás hablando y él no te mira a ti, la mira a ella, bueno pues, ya sabes. Cuando le agarra las manos amistosamente y se ríe tan tontamente con ella, olvidando que estás ahí, entonces es cuando recuerdas aquella conversación. Aquella en la que te felicitaba. En la que te daba la enhorabuena.
Cuando sabes que ella aprecia su sensibilidad, cuando él también lo sabe, cuando ella va a la playa con él, con ese bikini suyo que le queda tan bien y él la mira, bueno, pues ya sabes. Cuando la mira, en fin, tal vez esté pensando en su inteligencia. O tal vez no. Es muy probable que esté pensando en su bondad, bondad, éticamente hablando. Pero puede que no. Tal vez le está mirando el culo. Le está mirando las tetas. Y las piernas. Y el ombligo. Y su entrepierna.

¡Vaya! -Rápido: mírala a los ojos.- ¡Oh! -Vamos, dáte prisa, que no se de cuenta.- Joder. -¿Pero qué estás pensando? No olvides mirarla a los ojos. Si no quieres que te descubra, si no quiere que sepas lo que eres, entonces mírala a los ojos. Si no quieres que note tu erección, entonces, simplemente, mírala a los ojos. Si no te apetece que sepa que piensas con la polla, aún, entonces mírala a los ojos. Venga, no es tan difícil. Vamos, puedes hacerlo. Quizá... si ella y tu amigo lo dejan, o quizá si a él le entra una enfermedad terminal. O se tiene que mudar a otro continente. O si se va de voluntario a África. O si lo atropellan. Quizá entonces puedas tirártela. Si ocurre un malentendido y ella le deja, entonces, cuando esté llorando, agárrala suavemente. Susúrrale al oído. ¡Bingo! Ya la tienes.

Venga, ya puedes tirártela.

martes, noviembre 07, 2006

El Vórtice y el Mito de la Realización Personal

Por tu cabeza bailan su danza macabra todos esos recuerdos. Todo aquello que te ha llevado hasta donde estás ahora. Sientes asco. Y miedo. Sientes indefensión, tu respiración se hace más profunda, y ya sabes lo que viene. Cuando el hueso hioides y la laringe se elevan, tirando del esfínter cricoesofágico, abriendo éste, tu madre solía preocuparse por ti, siempre que no estaba pegándote. El malestar te invade y te suda la frente. La glotis se cierra, pero no así la mano de tu padre, golpeando tu cara, al ver aquellas notas de cuando cateaste seis asignaturas aquel primer curso de la Educación Secundaria Obligatoria. Te amenazaron con no regalarte nada por Navidad, pero no era ése tu mayor temor incluso teniendo en cuenta que todavía dabas importancia a ese tipo de cosas, y todo eso ocurre mientras el paladar blando se levanta para cerrar las fosas nasales posteriores. Las lágrimas corren por tus mejillas, y te parecen sucias, tan sucias como las disculpas del cabrón de tu padre, asquerosas como el cariño de tu madre, o las bofetadas que te daba antes de que su marido te pegara a ti, y luego a ella. Y después, una contracción fuerte hacia abajo del diafragma. Y aquella chica que te gustaba pegándote una bofetada porque creyó que eras tú quien le había tocado el culo, mientras otro chico reía a pocos metros.
Todo esto ocurre simultáneamente con la contracción de los músculos abdominales, comprimiendo el esófago entre dos grupos de músculos y aumentando la presión intra gástrica hasta un nivel elevado, pero no tan elevado como para quemar todas aquellas veces que tus amigos jugaron a llamarte "gordo", y a pegarte puñetazos en la barriga. Se relaja el esfínter gastroesofágico permitiendo la expulsión del contenido gástrico, de la sangre, del odio, de la insatisfacción, de la venganza nunca cumplida, de aquel tío enorme estrujando tu cuello porque hiciste llorar a su hermana, de tu hermana llorando porque la tiraron del columpio, de cuando tú la tiraste del columpio dejándola sin respiración. Esos momentos que creías olvidados y que ahora están pidiéndote explicaciones.

Todo ese contenido gástrico y todos aquellos buenos ratos bajo el agua, en los cuales pensaste que lo último que verías en vida sería el azul clorado del agua de una piscina, mientras varias manos te sumergían la cabeza, entre risas. Las amenazas de tu padre de largarse, o tu madre diciendo que se suicidaría. Ambos gritando en diferentes momentos, con cariño el "te voy a matar" que todo progenitor dijo alguna vez en su vida a su descendiente. Ojos inyectados en sangre y saliva blanca pegada al labio. La palabra "Mamá" ahogada bajo ráfagas de amor y tirones de pelo. El labio de tu madre partido y aquellos amigos del apartamento en la playa que se reían de ti y te pegaban. Que te decían maricón. Que te dijeron lo maricón que eras por abrazar a un amigo. O algo así. Con cada tropezón que escapa de tu boca, recuerdas cuantas veces pensaste que serías maricón de verdad, que en el fondo tenían que gustarte los tíos, sólo que tú no lo sabías. Que las chicas no te gustaban de verdad, que la que te gustaba no te gustaba de verdad. Que los insultos dolían, pero más dolía estar sólo.

Un hilillo de baba llega hasta el fondo de todo ese amasijo de momentos amarillento del fondo del váter, entre trocitos de maíz y tomate del almuerzo. De tu batalla perdida entre la fuerza de voluntad y la desesperación, del corazón roto y la indiferencia de quien amaste con todas tus fuerzas, y creíste ver correspondiéndote. Sin ver nada, con los ojos empañados en lágrimas, vuelve otra bocanada de aire. Y la bilis vuelve a hacer de compañera de tus gargajos, cada vez más acuosos. De la baba y poco más, pues hace rato se acabó la comida. Ya queda poco sólido de lo que tirar, y casi podría decirse que te asustas. Te asustas porque piensas que lo próximo que salgan serán tus tripas. Y quizá con ella, todos aquellos secretos inconfensables, todos aquellos motivos por los que te odiaste y siempre te odiarás. Lo que no puedes perdonarte. Lo que piensas que nadie perdonaría. Todos aquellos besos por amor y todos aquellos vacíos que no supiste realmente por qué diste. Pero los diste. Aquellos roces que no te hacían pensar en la persona que tenías delante, que no te hacían tener deseos de mirarla a los ojos. Pero que a pesar mirabas a veces, para no ver nada. Los días en que el sexo era una necesidad básica y tus deseos insatisfechos provocaban úlceras en tu cabeza.

Ahora que ya lo has escupido todo, ahora que estás tirado en el suelo con los ojos en blanco, convulsionándote y a punto de morir por deshidratación, debo decirte que no era para tanto.
Que tampoco lo pasaste tan mal, al fin y al cabo. Que no viviste tantos años como para quejarte tanto, joder.

Necesito decirte esto ahora que realmente tiene sentido. Necesito decirte aquí y ahora todo esto, porque es cuando realmente puedo tener la seguridad de que sabes que tu muerte es sólo una muerte más.

Antes de que lloren por ti tu familia, tus amigos y todas aquellas personas que creían que lo eran, antes de que lloren todas esas chicas a las que gustaste, antes de que se alegren con cierta amargura toda aquella gente que te odiaba, y por supuesto antes de que el corazón de quien te ama profundamente parezca vaciarse de repente y para siempre, entre llantos, rabia y momentos de asfixia, quiero que sepas que todo eso que nunca dijiste, que no apuntaste en un diario, que no contaste a la persona que más querías, aquello que era inconfesable, pues bien, nunca se sabrá. Nadie contará tu historia porque tú mismo no lo hiciste, y por eso tu biografía podrá resumirse en tres líneas. "Algo es algo", podrías pensar. Aunque eso no se llama biografía. Aunque se llame "esquela".

D. Tal de tal y tal
Falleció tal día de tal mes del año tal
Funeral el día tal del mes tal

Si se encuentra material terrorista o de pornografía infantil en el disco duro de tu ordenador, ganarás mil puntos, y estarás más cerca de salir en televisión. Si alguien confiesa que la violaste, o que le dabas palizas, o que la engañaste para abusar de ella, ganarás otros diez mil puntos. Si alguien se suicida por no soportar tu muerte, ganarás cien puntos. Más o menos. Si dejaste escrito por ahí algún texto que pueda considerarse tu filosofía de vida, o tuviste alguna banda de rock, entonces quizá haya gente que quiera imitarte. Quizá tengas fans. O un culto. Secreto o popular, clandestino o famoso. Quizá satánico, o quizá simplemente religioso. Quizá haya alguien que te incluya en la sección "Filosofía" de su página web personal.

Pero dentro de unos cuantos años, cuando los gusanos se hayan comido tu cuerpo, cuando todo el mundo pueda estar seguro de que los coleópteros y lepidópteros han hecho bien su trabajo, entonces ya no quedará nada de ti. Cuanto más hablen de ti, cuanto más te expliquen, quizá menos quede. Quizá ya nada de lo que cuenten pasara de verdad, tal vez es que se lo hayan inventado. O quizás no lo entendieron bien. Y si aún existe alguien que te eche de menos de verdad, o en cuya memoria sigas estando tú, entonces es posible que ya no quiera recordarte, que haya tratado de olvidarte. Que prefiera no pensar en nada relacionado contigo porque podría empezar a llorar otra vez. Y de una puta vez entenderás porque los más poderosos son quien menos sentimientos tienen, quienes pueden matar a más gente con el mínimo esfuerzo. Entenderás que su poder consiste en olvidar. O, en fin, en recordar lo que les da la gana.