miércoles, noviembre 15, 2006

Una pequeña diferencia

Cualquier día a cualquier hora. En cualquier momento y en cualquier puto lugar. Camina por la calle hacia donde sea. Y esos tipos del coche, los que van con su mono azul lleno de pintura, en fin, te comerían la regla a cucharadas.

Sigue andando y crúzate con un tipo con traje. Elegante. Y con corbata. Un gilipollas. Te mira y, en cuanto le devuelves la mirada, aparta la suya. Ya puedes continuar.

Sigues tu camino y hoy se han alineado los planetas, como cada día, para que seas la tía buena más tía buena que pase por ese lugar en ese preciso momento, justo cuando ese tipo te grita que a dónde vas tan solita. Que vayas con él. Joder, y ni siquiera te ha ofrecido caramelos. Hoy en día ya nadie tiene caramelos que ofrecer. Ahora tienen la punta de su polla, que te indican que les comas. Y no lo haces. Bastante al contrario, le enseñas tu dedo corazón y le dices que más quisiera, y te vas. Esos tipos normalmente no dicen nada cuando les mandas a la mierda. Aunque siempre los hay más peligrosos. Los hay que te pegan. O que tratan de obligarte a que hagas cosas que no quieres. Los hay que... en fin, aún quedan unos metros hasta tu meta.

Y qué culo. Vaya tetas. Y a ti lo que te hace falta es un pollazo en la frente. Y te comerían hasta la goma de las bragas. Muñeca. Nena. O lo que sea. La verdad es que nunca has oído hablar a dos carniceros acerca de sus piezas. Pero piensas que debe parecerse bastante a todo esto. A este mercado de carne en el cual eres una pieza más sin saberlo. Y sin quererlo.

Pelo castaño. Rubio. Negro. Pelirrojo. Piel morena. Piel pálida. Labios finos. Labios carnosos. Labios gruesos. Ojos grandes y ojos pequeños. Delgadez extrema u obesidad. Cuerpo 10. Medidas 90, 60, 90. Estás demasiado gorda o demasiado delgada. Tienes que engordar. O adelgazar. O fortalecer esos glúteos con estos ejercicios. Porque no eres lo que tienes que ser, porque no eres más que tú misma. Y si pretendes ser algo en la vida, ya puedes estar olvidándote de todo eso. De ese rollo de ser tú misma, de todo eso de olvidar los complejos, de olvidar el físico. Ah, ¿ya lo haces? ¿Así que ya te has dado cuenta? Vaya, tienes que entrar en la talla 36. Pues nada, manos a la obra. Tú puedes. Puedes ser una progre con implantes de silicona que apadrina a un niño del tercer mundo. O puedes ser una mujer casada, cristiana apostólica romana y con los labios como un par de ristras de chorizo. Carne. ¿Lo recuerdas?

Después de que sepas lo guapa que eres, o la boca que tienes para comer pollas, o lo bien que tienes que follar, o cómo te colocarían una bolsa en la cabeza para no verte la cara y metértela hasta el fondo, después de todo eso, llegas a tu meta. Y ahí está ese tipo mirándote sonriente. Le sonríes y le abrazas. Puede que sea un capullo pero te miró a los ojos desde que le conociste. Puede que sea gilipollas pero podías hablar con él. No estabas en su lista de la compra, y sigues sin estarlo. Pero ahora le estás dando un beso y después él te pregunta qué tal todo. Te mira a los ojos un buen rato, en silencio. ¿Qué pasa?, te da por preguntar. Y entonces él sabe que en realidad estás harta, cabreada y rabiosa. Y tú le tienes que contar el por qué. Y la sonrisa de ese palurdo, de ese capullo que nunca fue a fiestas en casas grandes con piscina y gente sobándose, el idiota al que nunca nadie invitó a la bacanal de fin de curso o a su cumpleaños en su chalet, bueno, pues desaparece un momento para mostrar un gesto grave. De odio. De impotencia. Y dice: les mataré. Y vuelve a sonreír y ese gesto desaparece de su cara como si nunca hubiese estado ahí. Vuelve a sonreírte y te pregunta otras cosas, y tú le preguntas otras cosas. Y habláis y esos tipos asquerosos, momentáneamente dejan de existir. Hasta el tío del traje, que en realidad no te dijo nada, ni hizo nada, que realmente nunca hace nada. Bueno, él es elegante, él tiene un empleo estable y que le proporciona grandes sumas de dinero. Él se paga sus cenas en restaurantes de cuatro y cinco tenedores cada día, va al gimnasio más pijo de la ciudad y viste con las marcas más caras. Y le raja los muslos a una prostituta colombiana de doce años, mientras se la folla en espasmos, violentamente, mientras la cabeza de ella choca contra la pared. Y nadie dice nada. Y nadie hace nada. Pero tú sigues necesitando un pollazo en el coño.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

O en la frente. Y deberías saber dónde se te han caído las llaves de la juquetería, muñeca. Y habrías de saber que no puedes salir a la calle con el hombro al aire, chica, si no quieres que te violen. ¿Llevas un traje de esquí? Sería necesario que aprendieras que lo único que tienes que hacer para evitar los comentarios es no salir a la calle...

Anónimo dijo...

que ganas de salir a la calle. gracias.:) muy amable.

Anónimo dijo...

Bueno también está el típico que con sólo decir que no sabes por donde se va a tal sitio el dice que eres muy si`mpática y que si quieres quedar un día.
O algún "kinki" en el autobús, que se aburren y necesitan joderte el viaje.
De la playa prefiero no hablar.

Jo, qué de traumas estoy acumulando :(