Hablando y hablando del tema, Elder & Elder trazaron un plan para conquistarla. Le regalarían algo, no sabían aún qué, especial, y le harían una oferta que ella no podría rechazar.
¿Qué crees que podríamos comprarle? -preguntó Elder- No se me ocurre nada.
No sé. ¿Te has fijado en esa perrita? -contestó Elder- quizá... regalándole un hueso muy bonito, un hueso precioso con el que la perrita pudiera jugar siempre... ella no podría rechazarnos.
¡Eres un genio, Elder, amigo! -exclamó E., loco de alegría-. Podríamos aprovechar la excusa del hueso para hablar con esa pedazo de hembra y hacerle nuestra oferta, Elder. Nuestro matrimonio poco convencional. Nuestro triángulo amoroso.
Y así lo hicieron. Compraron el hueso. Un hueso bonito, precioso, alargado y brillante. A la perrita le iba a encantar, pensaban.
Al día siguiente, sin alterar su rutina, volvieron al parque a almorzar. Cuando ya iban por el plátano, apareció esa mujer. Esa mujer magnífica, bella, espléndida, natural, frágil, fuerte, sutil, grácil. Y Lulú, la perrita caniche rosa. Como siempre, juntas.
Vamos allá, Elder, dale el hueso- dijo Elder, muy nervioso- Hazlo de una vez.
Hazlo tú, tío -replicó Elder, sin ningunas ganas de dar el paso.
Después de una interminable discusión francamente interesante y fascinante pero cuyo contenido intelectual no transcribiré aquí para no abrumar a mis queridos lectores, y que no cambió mucho de tema mientras duró, observaron como la mujer estaba a punto de marcharse, con su perrita, y Elder decidió actuar. No se sabe muy bien cómo se animó a hacerlo, ni que Elder era exactamente en el momento clave, pero se sabe que lo hizo. O que lo hicieron. Hay constancia de ello.
¿Me permite un instante a solas? -se dirigió Elder a esa diosa morena y fantástica.
Oh, vaya. Pues no sé. ¿Por qué iba a hacerlo? -replicó ella.
De verdad, es sólo un momento. -dijo él- No quiero venderle nada.
Ya, ya, ustedes siempre dicen lo mismo. -volvió ella a la carga.
Por favor, cállese de una vez puta de mierda. -gritó Elder.
Y bien, ¿qué me dices, Lulú? ¿Aceptas? -preguntó Elder, ilusionado y convencido.
Mmm, no sé. -dijo Lulú, pensativa. ¿Y por qué no hacemos otra cosa?
¿Qué cosa? -dijo Elder, expectante.
Veréis... he estado pensando... y he llegado a la conclusión de que... -empezó a decir Lulú- ¿Por qué no os vais a la puta mierda, colgados hijos de mala madre y nos dejáis en paz, sacos de basura? ¡No os quiero ni aunque me regaléis todos los huesos del mundo, con diamantes incrustados y bañados en oro, chuchos asquerosos!
Y, dicho esto, les pegó a Elder & Elder un par de coces que los dejaron fuera de combate. Lulú y Marissa (como se llamaba Esa Mujer, su Compañera) escaparon y nuestros héroes con corbata quedaron semi-inconscientes tirados en el suelo.
Más tarde, recuperados, consiguieron levantarse. Se rascaron las magulladuras, y pensaron, algo exhaustos. Trataron de valorar el encuentro.