La vida es dura. Podríamos pasarnos horas conversando y nunca entenderías qué quiero decir.
Eres un pequeño hijodeputa, pero estás aquí y ahora, y mereces una explicación.
Yo tenía la polla tan gorda que decidí amputármela. Las mujeres se asustaban nada más verla, y me decían que no. Que ni de coña iba a hacerles tragar eso por su jodido coño.
Hacían hincapié en la palabra jodido, como para recalcar que pese a que era habitual que se las follaran por esa zona en particular, yo no tendría la mínima oportunidad.
No iba a disponer de su jodido coño para mis asuntos, maldita sea.
La pesadumbre era enorme. Siempre el mismo dolor, la misma frustración.
Casi sesenta centímetros de longitud, diez de ancho, cuando estaba erecta.
Puedes imaginar lo que pesaba eso. Ya lo creo que pesaba. Era enorme.
No hagas caso cuando te digan que el tamaño no es todo lo que importa. Desde luego que no lo es todo, pero es básicamente lo que importa cuando se trata de algo importante.
Ni de coña. Mi jefa no hubiera muerto si se hubiera dado esa condición y otra, a saber; que se hubiera callado. Tuvo que decirme que el tamaño no era todo y que no me preocupara. Que seguro que encontraría a la persona adecuada.
Lo siento, querido chef hijodeputa, pero se la metí en el puto culo para ver si tenía razón.
Bombeé y bombeé.
Y por eso tú y yo estamos aquí, querido chef.
Si el tamaño no importara, ella seguiría viva. Si se hubiera callado, también. Y si ella estuviera viva, tú y yo no estaríamos teniendo esta conversación.
Pero me vuelvo viejo y cada vez me pesa más. Este dolor, esta frustración.
Yo...
De verdad apreciaba a mi jefa.
Era todo lo que uno puede aspirar a ver en una mujer, en una persona.
Es una putada, pero hasta que me la cargué aspiraba a casarme con ella.
En cualquier caso, hablar con la silueta del jodido Arguiñano dibujada a lápiz sobre la pared de una celda es mucho peor, y esa mujer nunca tuvo que enfrentarse a ello.
Conozco la parte dura de la vida. Alégrame el día y cuéntame un puto chiste.